Blogia

Pequeña

Nos contradecimos

Me miras y yo lo hago de reojo. Se empañan los cristales y empiezo a decirte que odio la lluvia. Sientes cansancio y yo tengo frío. Vuelvo a decir que odio la lluvia, y cualquier tipo de día como el de hoy, sobresaliente por el cielo tan nublado y las calles llenas de charcos marrones. Aparcas el coche y subimos a casa. Te metes en la cama y te ofrezco un café. Deduzo por tu mirada y la dirección que toman tus ojos que no quieres nada, ni siquiera te apetece que te prepare un baño. Y mucho menos, que me bañe contigo. Te apetece soledad. Y bien sabes que es otra de las cosas, junto a la lluvia, que más odio. Y no puedo ofrecerte eso, no puede darte más soledad. Todavía. Yo necesito estar contigo, notar tus brazos rodeándome y proporcionándome calor en esta noche bajo este edredón. En esta cama, sobre estas almohadas, rodeados de relojes de colores con alarmas chirriantes. No voy a prepararte ningún café caliente, ni a regalarte una de mis miradas llenas de ternura, hoy no. Hoy no te la mereces, estás cansando, pero yo también. No me preguntas qué siento o qué espero de ti cuando todo esto acabe, y supongo que no llegará ese momento en el que te pares a decirme que sientes mucho esta pérdida de tiempo, cuando podríamos estar riéndonos alrededor de dos tazas de té caliente o complementándonos a base de caricias sobre esta cama.`Pero tu cansancio te puede y yo intento comprenderte. Tal vez se haya colado una pieza más en nuestro puzzle, y ya no encajemos como antes. Tal vez nos queremos y nos odiamos, y nos contradecimos a la hora de comunicarnos, o intentar hacerlo. Tal vez amamos la contradicción, y tú no quieres dejarme, y yo no sé despedirme. Nos contradecimos. Y no sabemos continuar.

Preparada

Preparada

Tengo unas ganas enormes de irme a Cambridge, también de visitar Londres, no lo hice en dos ocasiones cuando tenía la oportunidad perfecta, y sé, ahora, siento que por primera vez en mucho tiempo he decidido bien. No sé si me ha dado bien siempre eso de aprovechar las oportunidades, supongo que siempre tiré hacia delante con las que de verdad me proporcionaban felicidad. Y sé, más que nunca, que durante 10 días voy a ser muy feliz. No sólo por conocer lugares nuevos y encontrarme en paz conmigo misma, además de conocer nuevas caras y nuevas maneras de pensar. Sino porque estoy tirando de una posibilidad que sólo se presenta una vez en la vida, y sé que me hubiera arrepentido mucho si hubiera decidido lo contrario, y hubiera elegido la otra opción. Esa no debía ser mi alternativa. Mi alternativa es el viaje, es disfrutar de 10 días de vacaciones este año, por fin las disfrutaré y creo merecerlas. Por fin mis pies sobre Inglaterra y por fin porciones y porciones de alegría en mi ser.

Olvidarme, incluso más, a estas alturas, de los malos momentos, de mis lágrimas amargas y de las discusiones estúpidas que solamente conllevan a una inútil pérdida de tiempo irrecuperable. Olvidarme, incluso más, de cosas que no concuerdan conmigo y, sin embargo, han ido formando parte de mí, a causa de mi cobardía y mi falta de decisión. A causa de mi debilidad.

Probablemente ahora sea más fuerte, no porque haya pasado un año más, sino porque siento que tengo más responsabilidad en mi mano, y porque, como mínimo, a día de hoy, tengo en mí la responsabilidad de hacer feliz a una persona.

No puedo echarme atrás. No puedo retroceder, y debo armarme de fuerzas, para todo. Para lo que venga inesperadamente, y para lo que ya ha llegado. Me siento con nuevos y frescos sentimientos, con más brillo en los ojos desde que cambié de sueños y con una vida mejor desde que aprendí a valorar en su justa medida las palabras que comenzaban a colarse en mis oídos.

Bajarse de un tren en marcha, es demasiado peligroso, pero si he sobrevivido a eso, sé que lo que ahora está por llegar, solamente va a poder proporcionarme felicidad, y estoy preparada, ya no me asusta la felicidad repentina, si es real. Sé que bajar del tren era el mejor plan que podía trazar en mi vida.

Pero el día 14 me subiré a un avión, y sé que no tendré ningún motivo por el que pensar en el pasado, por preocuparme por el presente y por trazar un futuro determinado.

“Carpe diem” aprendí en latín. “Tempus fugit” me decía un profesor hace años...

ahora, con el paso del tiempo, me doy cuenta de cuánta razón poseían los romanos.

Y a seguir su ejemplo, que ya es hora...

En alguna parte de Oceanía

-Piensa que esto es un viaje sin retorno, sin más. Moléstate en pensar sólo eso, y seré la mujer más feliz de todas.

-Pero es que yo no puedo pensar eso. Ya me hacían creer esa ilusión cuando era pequeño y pensar en los viajes sin fecha de vuelta me escuece, ahora, que soy mayor. No quiero volver a eso. Ya no soy un niño...

-No, pero sí me dijiste hace poco que parte del niño que fuiste vivía en ti todavía. Eso debe significar algo. Debes guardar algo de él en ti, y debes pensar que tú vas a poder verme siempre, en cualquier fotografía, cualquiera de todas las que tenemos y en las que salimos demostrando tanto amor, y me ves viviendo en la más extrema y pura felicidad. Y esa felicidad ha nacido gracias a ti. Deberías admirarte por ello, y hacerme este único favor.

-No puedo mentirte ni mentirme. No puedo decirte que estaré bien cuando tú ya te hayas ido, y que seré igual de feliz que antes, sin tenerte. No puedo asegurarte que no te echaré de menos, que dejaré de quererte.

-Es que yo no quiero que me asegures que no me echarás de menos, o que dejarás de quererme. No, yo no te pido eso. Quiero lo contrario, quiero que me recuerdes y no te olvides de mi, quiero que me quieras y no olvides todo esto que juntos hemos construido. Nada se desmorona, simplemente me toca marcharme, y eso tú no puedes controlarlo, por tanto, no eres tú el culpable de que esto haya tenido que acabar así. Yo sólo te pido que intentes ser lo más feliz posible aunque ya no esté contigo. Sólo te pido que imagines que me he ido de viaje, muy lejos, a cualquier parte de Oceanía y que decido quedarme allí para siempre.

-No quiero pensar en las horas, los días o las semanas que me quedan para poder seguir contemplándote. No quiero que te vayas porque me da miedo el no saber afrontar mi vida cuando me faltes en todos los lugares que pisé o no contigo. De tu mano. No quiero que te vayas sin mí.

-Intenta ser fuerte, incluso más que yo. Me voy con tanta paz...  con la conciencia tan tranquila...con las palabras más dulces en mi memoria y el amor más grande que alguien puede encontrar y mantener vivo...que en este caso, ha sido el nuestro. Ha sido un amor abierto, un amor permanente, un amor grandísimo, lleno de sueños realizados y gestos basados en la complicidad. Tú siempre estuviste ahí, y yo nunca te fallé, lo último que quiero que hagas es que te quedes cerca hasta que esto acabe, y sé que seguiré sintiendo paz sí así actúas...

-Voy a ser fuerte, por una sola razón, y es que te quiero, te amo desde el primer día en que le pregunté tu nombre a la chica que estaba sentada a tu lado, mientras tú pagabas esos dos cafés que os habíais tomado. Te amo desde siempre y para siempre, y estoy seguro que mi vida no podría haber llegado a ser más perfecta que como lo ha sido hasta ahora, tú apareciste y llenaste todo mi ser de las mejores cosas que componen tu persona, tu manera de ver, apreciar y aprovechar los segundos día a día.

-Me alegra que pongas de tu empeño y quieras esforzarte por seguir robándome sonrisas. Sonrisas casi tan bonitas como las tuyas. Te quiero.

-Yo te quiero como nunca, más que nunca.                        

En este mundo loko

Escritura

Hace unos días que este blog cumplió un añito de vida. Mentiría si dijera que más de una vez no he pensado en cerrarlo y eliminarlo, no dejar huella de su existencia, y así, eliminar también parte de todos los pensamientos que me han embargado en estos 12 meses. Podría borrar mis días, que están inmersos en esta pagina blanca de letras rosas, y podría seguir con todo esto que con mucha ilusión empecé, quien sabe...si sigo escribiendo durante más meses, que éstos lleguen a convertirse en años...y cuando me quiera dar cuenta, ya soy más que una mujer adulta y mi vida ha dado un giro de 180º.

Por el momento, sigo escribiendo sobre las cosas más rutinarias, sobre temas que nos tocan a todos la piel, y el corazón. Sobre las cosas que nos mueven y nos hacen tiritar. Las cosas que nos arrancan lágrimas y las que nos crean sonrisas.

Por el momento, y a poco más de dos meses para cumplir 20 años, sigo con este rinconcito. No sé si es una vía de escape, no sé si resulta ser un lugar donde poder expresarme sin tener que mirar a otros ojos o a otra boca que me pregunte casi de manera intermitente, cómo me encuentro día a día...

Y es que, la mayoría de mis días, no son nada fáciles. Porque hay demasiadas nubes, porque me entristezco por una trágica noticia en el telediario, o porque simplemente no tengo demasiadas fuerzas, y tres de cada cuatro días a la semana me despierto cansada y mareada, y me cuesta reponerme.

Pero la escritura me sana, y me salva. Y me siento mejor si escribo, y si veo que después, todas mis palabras, pueden transmitir, al menos, la décima parte de lo que para mí significa.

Espero que, para vosotros, la escritura, y las letras que juntamos con el fin de crear poesía, prosa, cualquier frase que nos evada de las demás cosas que se traducen siempre en obligaciones... os haga disfrutar, y sonreír.

Pero hoy sonrío, porque me siento fuerte, y me mantengo en pie.

No sé

No sé

Yo no sé por qué las cosas pueden cambiar tanto en tan poco tiempo (días, minutos, mañanas o tardes). No sé por qué tenemos que tener una boca a nuestro lado que nos diga qué es lo que hacemos mal, en qué hemos metido la pata o qué palabra o gesto nos podríamos haber ahorrado. O al contrario, qué podriamos haber dicho o haber escuchado con tal de hacer o no daño. Con tal de dañar al de al lado. Me cuesta permanecer cuando estoy dolida o enfadada. Me cuesta sentirme dolida, aunque también llena de raia porque están a punto de salir veinticuatro lágrimas de mis ojos y no veo sitio alguno para esconderme, porque si salgo, ahi está, el mundo y un millón de ojos queriendo encontrar en mi dulzura y palabras bonitas. Porque si no las digo, dejo de ser yo. Pero también estoy cansada de tener que fingir que estoy bien cuando a lo mejor me muero porque me digas si quiero salir media hora a la calle a pesar de tu cansancio, si te interesan otras cosas, yo no voy a estar detrás de ti, no. Y preguntas, y respuestas...me cansé de decírmelas a mí misma, y de actuar como si no pasara nada. Y...que si no me encontrara así, todo hubiera sido perfecto. Pero a veces la cagamos, y cuando la cagamos nos queremos castigar...pero qué pasa cuando son los demás quienes la cagan? dejas que el tiempo pase y se te pase todo...? o adoptas el papel de madre y explicas qué y cuándo te molesto cuántas palabras que te hicieron algo más que daño? No sé... hay veces, hay días, y muchos...que no sé.

Por todo

Gracias por cuidarme, gracias por saber tratarme, por empeñarte en llevarme a casa cuando estoy enferma, gracias por llevarme la contraria para hacerme entrar en razón. Gracias por coger el coche para llevarme a casa y prepararme esa sopa caliente, la sopa más alegre de toda mi vida. La más colorida de todas.

Gracias por preocuparte, por obligarme a tumbarme en el sofá y quedarte a un ladito o conformarte con el sillón. Gracias por animarme y por transmitirme fuerzas. Gracias por estar ahí, siempre, de sobra sabes que eres la mejor persona que alguien se puede cruzar a la cara. Gracias porque todo lo que haces, es por voluntad propia, porque de verdad quieres, porque te importo y, en una u otra medida, no aguantas verme triste de tanto dolor.

Gracias por preguntarme cada poco tiempo si me sigue doliendo el estómago, o la cabeza, o todo el cuerpo. Si tengo fuerzas en los brazos y en las piernas, para poder ayudarme a coger tres estúpidos libros que me parecen un edificio de veinte plantas.

Sé como eres, sé que te importa más la demás gente que tú mismo, y eres un especialista en hacer que la gente se sienta bien. Sobre todo, cómoda, y más tranquila. Ahora, cuando llegues a casa, esperaré tu llamada, y te contaré qué me han dicho.

Necesito escuchar tu voz y decirte qué me sucede, decirte que me muero por ser una chica fuerte, de veras, y estar preparada para todo, incluso para los malditos exámenes.

Ahora, cuando me llames, te sonreiré hablando aunque sienta dolor en cada centímetro de mi cuerpo. Y tú sentirás mi sonrisa. Te lo prometo.

Y te prometo, que, aunque en silencio, notarás mis “gracias” todas los días, todas las mañanas. Siempre.

Bienestar

Bienestar

Puedes quedarte con la mitad de las cosas que hay aquí, menos con mi razón y mis ganas de vivir. No vas a poder (por mucho que intentes) cambiarme. No vas a poder ponerme a tus pies ni vas a conseguir que cada mañana lea en el vagón del metro mientras me dirijo al trabajo un libro de autoayuda para alimentar el autoestima, (no el ego). De eso yo nunca tuve. Y quizá mi autoestima dependa de ti, pero voy a esforzarme porque sea de manera indirecta. Soy yo la responsable de que la felicidad entre en mi vida sin avisar, y sea realmente feliz. Como nunca, como nadie. Y sin ti, claro.

Destrozaste buena parte de mis años que yo desperdicié junto a ti. Podría haber sido una chica lista y haberlo sabido antes, pero es lo que tiene la vida, que no te ofrece un pequeño agujerito para asomarte, y ver qué es lo que pasará, qué es lo que vivirás, cuáles serán los errores que cometerás y después te saldrán bien caros...

Yo nunca quise pagarte con la misma moneda, por ello me quedé quietecita, con mis dientes apretados y mis ojos empapados. Podría haberme vengado, o haberte hundido, como tan fácil te resultó a ti hacerlo conmigo.

Destrozaste tanto y en tan poco tiempo... que me hace pensar que en realidad nunca hubo tanto. Y ya no me da pena, porque no gasto ni la vigésima  parte del tiempo de cada uno de mis días en pensar en ti. Ya no me hace falta. Tengo otras cosas en la cabeza que me hacen pensar que soy capaz de hacer muchas de las cosas que me pueden proporcionar una alegría inconfensable.

Y tampoco hago uso de libros sobre la búsqueda de la felicidad, la canalización de sentimientos, y muchas más cosas de las que siempre oí en otras bocas, en alguno de los mercadillos a los que suelo ir.

Tampoco me hace falta mirar atrás para echar cosas de menos (a ti, mucho menos). Ni a las cosas que compartimos o vivencias que juntos creamos. Sólo me recreo en momentos felices con personas grandes y sentimientos a flor de piel que fueron reales al 100%.

Afronto cada paso con decisión y responsabilidad. Afronto cada día con más ganas, con más sonrisas, con más brillo en mi rostro. El sol está tostando mis mejillas cada tarde, y ya tengo todo un conjunto de motivos por los que puedo escribir todas estas frases sin llorar, y soy más positiva, y me encuentro bien. Y no me hace falta nada más.

Te regalo muy bien envueltos, todos los pedazos que quedaron después de tu portazo. Yo no los quiero. No me aportan nada, nunca en realidad lo hicieron. Y cuando los tengas, rocíalos por donde tú quieras. Sólo así se perderán lejos de mí, y quizá el mar los arrastre y haga desaparecer. Y cuando ocurra, tú nunca habrás existido para mí, y viceversa.

Y será como empezar de nuevo.

Y nacerán en mi más amplias y más bellas sonrisas. Estoy segura.

Cambio de decisiones

 

Me gustaría que estuvieras aquí, pero no estás, y sé que, probablemente, estas palabras no te lleguen, y si lo hacen, ya no cambiarán nada en ti. Ojalá las despedidas nunca fueran tristes, pero te rompen el alma y te dejan un cielo gris al que te ves obligada a mirar. Es difícil vivir meses otra realidad que no te corresponde. Al final siempre te toca mirar la tuya propia.

Me gustaría que supieras que nunca me importó que estrujaras el dentífrico cada noche, o que dejaras media decena de vasos sucios en la mesa del salón, o la tele encendida sin querer. Tampoco me importaba que te dejaras la alfombrilla del baño sin recoger cada mañana o que arrojaras café sobre el mármol de la cocina y te marcharas (como siempre) con prisas y sin limpiarlo.

Me gustaría que nos encontrásemos, y ya tranquilamente, decirnos lo que nunca nos dijimos, y plantarnos todas las verdades a la cara, aunque algunas de ellas hagan daño, me gustaría que te sinceraras de verdad, y tuvieras el valor de decir que te vas porque no me quieres. No te he oído decir eso nunca, y la última vez que te fuiste tampoco lo dijiste. Es lógico que me muera de pena con tantas preguntas que me hago, y tú no quieres darme un respiro, y se me acaban las salidas. No encuentro ninguna que a priori me seduzca.

Me gustaría que pensases en mí, y en ti, en los dos, por separado y juntos. Quizá así, dedicando tiempo a esta historia que tanto te dio y te hizo crecer, significara algo para ti, al menos lo suficiente como para no acabar así, de esta forma. Si no quieres que te odie, todavía estás a tiempo. Me gustaría perdonarte, y sé que todas tus virtudes pueden sobreponerse sobre todos tus defectos. Pero se está haciendo tarde... y ahora mi vida es diferente.

Todo está limpio, ordenado, organizado, el dentífrico está como estaba antes de tu llegada, el café está íntegramente en la cafetera, y también los vasos están en el lavavajillas.

Estoy limpiando mi vida, limpiándola de grandes mentiras que fueron para ti, simplemente, excusas. O maneras de intentar pintarme más bonitos los últimos días en tu compañía.

Estoy limpiando mi vida de recuerdos inútiles, inservibles, que no me pueden decir mucho más que tu boca, que se cierra cuando algo de ti te empuja a decirme qué es lo que piensas sobre esto que un día con ilusión montamos.

Ahora estoy desmontando tus complementos en mi vida, y desechando ilusiones sin sentido. 

Tal vez ahora no piense lo mismo, tal vez ya no quiera verte, tal vez sea mejor quedarme con la sensación de que podrías haber valido la cuarta parte de lo que quisiste aparentar, pero creo que ya no voy a luchar por intentar cambiar las cosas, o eliminar mi sentimiento de culpa por dejarte estar conmigo.

Me gustaría que hubieras sido más real. Siempre supiste que la fantasía me enrabietaba, hasta en los libros que me leía de pequeña.

Y, al igual que de pequeña, enfrento esto con parte de fuerza y con lágrimas procedentes de la sin razón. Porque a lo mejor sigo mirando con el corazón y deseando con el corazón, y a lo mejor deba aprender a cambiar esto.

Ahora

¿Sabes? Ahora las cosas me van bien. Hoy ha hecho sol, veo muchas cosas bonitas, me ocurren muchas cosas para contar con una sonrisa a personas que me ven de vez en cuando y encima siento ganas de amar, de rozar otra piel que sí me haga sentir viva, y bien. Bueno, de hecho ya me siento así. Siento mucho, en la garganta, en el estómago, en el corazón... Y eso me tranquiliza. No quiero ser rencorosa, porque siempre pensé que esto no serviría de nada nunca, pero siempre he pensado (también) que siempre te ocurren cosas que no perdonas nunca, aunque te esfuerces, yo ni me esfuerzo ni quiero perdonarte que fueras tu la única persona que me enseñara a odiar(te). ¿Como solucionar este problema? Subiéndome al tren de mi vida, viviendo mis propios capítulos, los que me escribo por las noches, en mis noches. Hace tiempo que miro a unos ojos nuevos y aunque no me detenga, quizá por miedo, sé que son este tipo de cosas por las que me muevo y me siento más libre. Y con más paz. En pocas palabras, sonriendo.

Amores de barra

 

Uno de mis días...

Hay dias y días... días en los que nos sentimos desgraciados, o tristes, o muy melancólicos. Días en los que no nos levantaríamos de la cama ni siquiera para prepararnos el desayuno, lavarnos la cara y quitarnos las legañas cual cocker recién despertado.

Días en los que damos todo por perdido porque algo ha ido relativamente mal, o hemos recibido una contestación algo dolorosa, con o sin intención por parte de alguien a quien valoramos. Días en los que nos sentimos más abatidos que nunca. Días en los que no tenemos ni el 50% de la fuerza que tuvimos el día anterior, que, sorprendentemente, marchó genial.

Días en los que teñimos de negro el cielo y no alcanzamos a ver las nubes ahí, ahí arriba. Ni el sol. Y si lo vemos, probablemente nos ciegue, porque son días, días malos, desavenidos, días que queremos olvidar de cualquier manera. Días de tiempo eterno, de relojes parados, de lágrimas intactas, de estómagos vacíos, de nudos en la garganta y de ganas de calor.

 

Y después... descubrimos que hay días llenos de cosas buenas. Esos días que te levantas temprano con una sonrisa en la cara, te peinas, te vistes... y estás dispuesta a brillar, o a contemplar el sol brillando (por algo, cualquier cosa). Días en los que la alegría te visita y alguien te hace sonreír. Días en los que un leve roce inesperado, o una mirada de medio minuto o un intercambio de algo que haga tocar dos manos (contando que una es la tuya) te hace diferente. Te hace feliz. Por momentos, por instantes, como casi siempre. Y empiezas a sentir que eres capaz de juntar las piezas del puzzle que tú quieres para ti. Días en los que él te mira, te hace dos preguntas pero sin interrogarte sobre tu nombre, porque ya lo sabe. Y te reconoce al mirarte en los ojos, sabiendo que te vio en otra parte, en otro lugar donde dos vidas se cruzaron. Y te sonríe, te mira de manera indirecta durante unos segundos, y tú te mueres por hacer lo mismo. Hoy sonrío, porque todas estas cosas están enmarcadas en dos tipos de recuerdos. Uno, el físico, el que puedes conservar, dos: el que habita en tu mente y te alimenta y te recuerda cada mañana como fue ese día tan especial para ti. Que a lo mejor para otra persona habría podido ser un día normal, compartiendo un tiempo con una persona normal hablando de algo normal. Pero a veces los días son así, inesperados, y el destino te pone a alguien a tu lado, a alguien en quien tú ya te habías parado a pensar mucho antes.

 

Pero el futuro me ha presentado algo bonito, y no lo quiero dejar de mirar.

Hoy ha sido un día de estas características, un día bonito, un día tierno, un día feliz.

Significa mucho

Ella dice que esto significa que estoy empezando a abrir un poquito el corazón. Ella me lo dice y yo le creo. Porque el hecho de pensar en otras cosas, en otras personas, en otros momentos y en nuevas sensaciones pueden ser el conjunto de esos empujones que me hacen falta para abrir todas las puertas y disfrutar de todas esas habitaciones a las que me he ido negando a entrar. ¿Por qué? Pues porque a veces ni la vida, ni mucho menos las personas, te lo ponen fácil. Descubres en un par de minutos que todo se ha desmoronado, que todo en lo que creíste no valía nada y todo lo que intentaste construir, se te derrumba por sí solo y se convierte en ceniza. Y entonces comienzas a dudar de ti, y a partir de entonces te niegas la posibilidad de volver a confiar, a amar, a ser feliz de nuevo con una persona que te haga sentir bien contigo mismo y en el mundo. Y te niegas a descubrir e identificar la bondad en la gente que convive contigo, y comienzas a desconfiar también de la credibilidad de las palabras bonitas que te regalan por las tardes, y te despides de los sueños que en su día pudieron valer algo más que ahora.

 

Ahora me siento más capaz para distinguir lo que me conviene de lo que no. Para ver la verdadera esencia de cada persona, para querer entrar en sus vidas y que ellas lo hagan en la mía. Si he estado dando portazos y con el pestillo echado, tal vez, muy probablemente haya sido porque hay días en los que el corazón no puede más. Te sientes vacía e intentas recordar un puñadito de días en los que estuviste peor, y en ese justo momento, no logras recordarlos, y te encuentras más vacía porque te vuelves más triste. Y quieres seguir dando portazos, y patadas, si cabe, y realizar cualquier tipo de movimiento con tu cuerpo que no te impida liberarte, y a su vez, hacerte sentir fuerte, como si de verdad estuvieras viva, porque lo estás, pero no lo sientes así. Y aunque tu madre siga despertándote por las mañanas y te regale el beso más tierno de todos y te prepare un zumo natural, y te sientas con motivos para ser feliz, vuelves a mirarte al espejo antes de empaparte de agua, y ves que no está ahí el rostro de la chica feliz, de la chica que se creyó feliz. Y recurres a esa persona a la que sí puedes contarle tus cosas, porque sabes que si te plantas delante de tu madre y le dices que cada noche te has encargado de empapar la almohada con tus lágrimas, dudará en abofetearte por haberte dejado pisotear, o en cambio, estará compadeciéndote y preguntándote cada mañana y cada noche como te encuentres, y si te sientes bien, y si te estás recuperando, y si hoy sonreíste más que ayer...

 

Yo rechazo todo eso. Me quedo con los mensajitos de esa persona que me anima y se sincera, diciéndome que ahora mi corazón está abriéndose mucho más, que ya tengo más ganas de enfrentarme al mundo, a cualquier cosa que no me guste, cualquier cosa que me parezca fea, y poder así defender mis nuevos sentimientos, y ser atrevida, y aventurera, y recuperar mi esencia, la que sí me definía entonces. Cuando era feliz y no lo sabía, y tuve que perderme en un camino lleno de piedras enormes y puntiagudas que no me hicieron ningún bien.

Y el tiempo trata de curar las heridas. Y tú empiezas a odiar los refranes. Y tu corazón comienza a bombear como nunca, y decides que él no sufra por tu gran genialidad, por ésa especialidad tuya de escoger siempre mal.

Pero te crees mucho más fuerte que cualquier estúpida elección y cualquier rumbo erróneo que marca cierta etapa de tu vida que logras borrar junto a otras voces, otros corazones.

Ella dice que esto significa que estoy empezando a abrir un poquito el corazón. Y sí, no dudo que significa algo. Pues significa mucho.

 

 

Tiempo condicional

-Ni siquiera me has concedido el beneficio de la duda. Me has mostrado la clase de persona que eres. Tu manera de ser y de definir tu propia vida. Este tiempo compartido (te) ha servido para enseñarme el tipo de persona que no quiero ni desearé ser nunca. No tienes o no has tenido nunca la capacidad de creer en los demás como yo he creído en ti siempre. Y he perdido mucho tiempo, demasiado, como para malgastar éste que ahora tengo, aquí contigo, y actuar como si nada hubiera pasado, como si mis pensamientos no hubieran cambiado o mis planes no se hubieran transformado por sí solos. No encontraba hasta ayer, la manera, las palabras, el diálogo más o menos adecuado y coherente respecto a esta situación, para despedirme de ti. Y prefiero decirte la verdad, lo que siento, lo que me has hecho sentir. Sé que no te estoy haciendo daño, sé que tú vaticinarías esto tarde o temprano. Temía que llegara un momento duro entre nosotros, pero créeme por esta vez que jamás pensé que llegaría un momento tan difícil como éste. Podría cerrar los ojos y taparme los oídos, viviendo como si nada sucediera, como si nada me influyera, como si la manera de dirigir tu vida implicara que también contribuye a ampliar de felicidad la mía. Pero no puedo mentir(te) ni mentirme. Creo que es mejor actuar de esta manera, pues dentro de un tiempo serás tú quien abra los ojos, y pensarás que estas palabras tienen el sentido que yo les atribuyo. Ni siquiera te has esforzado en construir tu propia capacidad de confiar en las palabras de la gente. Es difícil sobrevivir de esa manera, y te aconsejaría, por última vez, que empieces a pensar en los demás y a darles oportunidades, como tú haces contigo casi continuamente. Te escuchas, te enfadas contigo mismo y vuelves a empezar. Pero eso nunca lo logras con la gente que te rodea y te quiere,  y también te escucha. Yo nunca me habría cansado de apoyarte, ayudado y escuchado en todo momento si no me hubieras tratado cual estatua sucia y vieja en un museo inapropiado. Tú eres ese museo, un museo inapropiado para mí, y yo la estatua que no puede ni debe encajar contigo. Me negué hace días a pensar qué tipo de error era el que se había establecido entre ambos, pero ahora ya no me preocupa. Estoy intentando huir de todo esto, y lo estoy consiguiendo. Aunque dentro me resultará difícil no pensar en lo felices que podríamos haber sido si te hubieras parado a pensar...

Monólogo emocional

-Vengo a decirte lo que siento y lo que pienso, a sabiendas de que dentro de 5 minutos cuando haya terminado esta especie de monólogo emocional y sincero, me estaré arrepintiendo. Sé que te quería mucho antes de conocerte, sé que serías mi único punto, el centro del mundo que llevo años buscando. Sé que tienes los ojos que quiero mirar todos los días, y sé que es contigo con quien quiero pasar mi tiempo, mis noches y mis momentos. Quizá deba reprimir cada uno de mis sentimientos y obviar cada una de mis sensaciones, y dejarte a un lado y olvidar tu nombre y cada movimiento tuyo cuando estás delante y me miras de casualidad. Quizá no interprete bien tus miradas y quizá ahora debería ahorrarme todas estas palabras, y, simplemente, darte las buenas noches, y vernos mañana, pero sé que si hoy no te lo digo, no lo diré nunca, y aunque esto no cambie nada en ti, o haga que me abraces y me digas al oído que tú también deseas algo, a mí, a mis labios o sencillamente sentir mi forma de quererte; debía decirte que mucho antes de conocerte conservaba en mí la ilusión de encontrarme con alguien como tú. Y como tú no hay nadie más.  Y debías saberlo. Quizá ya lo hayas escuchado a través de otras bocas, diferentes o parecidas a la mía, pero necesitaba que (me) escucharas, que supieras que está en ti la capacidad de hacerme feliz, aunque no digas nada, aunque sólo me mires de reojo, aunque no me sueñes pero recuerdes mi nombre al mirarme, aunque te sientes lejos o cerca de mí cada mañana... pero sé que estás, sé que ahora mismo estás, y me gusta sentirte porque sólo de esta manera logro sentirme viva, y de una u otra manera, no encontraba las palabras concretas para agradecerte tu existencia, gracias a ella he vuelto a amar. No quiero que me mires ahora y me digas cualquier cosa, tampoco quiero que estés dos noches pensando qué decirme: si he hecho bien en venir aquí y decirte lo que siento, o por el contrario, si decides que esto pase y así enseñarme a olvidar(te). Mañana cuando te despiertes, si quieres, me llamas o me escribes una nota, y dime con pocas o muchas palabras lo que de verdad quieras hacerme saber. Somos dos personas adultas, completamente civilizadas, y sé que puedo afrontar lo que sea. De todas formas... no te vayas nunca, por favor, mantente relativamente cerca de mí, sé que si no puedo verte una vez a la semana no me sentiré bien, y aunque no debiera depender de ti, lo hago, llevo haciéndolo desde hace unos meses, y es ahora cuando me atrevo a decirte que me gusta tu manera de mirar, de profundizar en los ojos de la gente, de sonreír medianamente, de hablar... Esto también debías saberlo. Prometo no robarte más minutos de sueño. Espero que sepas entender por qué te he dicho todo esto. Buenas noches.

Mirándote

Puedo estar veinte minutos seguidos pensando en ti, con la mirada fija en un único  punto a pesar de estar escuchando 20 voces de fondo y mantenerme bajo un techo con 20 teflones de luz artificial y molesta. Puedo estar agarrada a la almohada y ver tu cara en ese momento, y sentirte más cerca que nunca. No me hace falta tiempo para concentrarme y asi poder pensar en ti, y pensar en tu nombre, en tus ojos, en tu piel en todo lo que te compone y te hace ser tan perfecto. Sé que no te conozco, sé que nunca hemos hablado, sé que solamente hemos intercambiado miradas y sonrisas, pero eso me basta para pararme a pensar en ti, y desearte como nunca he llegado a desear, e imaginarme cómo sería compartir mis mañanas y mis tardes contigo. Y compartir algo más que una noche y un café, y compartir algo más que frases ya demasiado usadas.

Puedo imaginarme una vida entera contigo, no me cansaría de vivirla, ni de vivirte, porque sé que sería feliz. No me hacen falta promesas y juramentos, no, no contigo. Eres especial, pero es muy probable que a estas alturas tú ya lo sepas.

No sé si podríamos congeniar, si tendríamos ciento dos cosas en común, o por el contrario, compartiríamos gustos diferentes... Sólo sé que me gustaría acercarme a ti y hablarte en voz alta, sin temblar, y decirte por qué me has atrapado tanto, por qué siento tanto sin tocarte, por qué quiero soñarte cada noche, por qué ansío escaparme contigo a cualquier lugar... Sólo sé que quiero verme en tus ojos, y eso ha de significar algo...

Cualquiera en tu lugar

Cualquiera en tu lugar no habría hecho lo que tú hiciste. Cualquier en tu lugar se hubiera pensado las cosas dos, tres o incluso cuatro veces si así hubiera hecho falta. ¿Es así como diriges tu vida? ¿Es asi como te gusta llevarla? ¿te hace sentir grande y omnipotente echando de tu vida a personas que dieron mucho por ti? Cualquiera en tu lugar no hubiera arriesgado si para, después, hubieras soltado el ancla dejando en la orilla a la persona que te esperó.

Cualquiera en tu lugar hubiera volado más alto, hubiera nadado más, hubiera recorrido más kilómetros corriendo, hubiera dado más de sí mismo. Hubiera luchado, en pocas palabras. Cualquiera en tu lugar hubiera diseñado otro camino, y lo hubiera seguido, a pesar de todo, con o sin miedos.

Cualquiera en tu lugar te diría que lo único que te diferencia de mucha gente que te rodea es la cobardía. Durante un tiempo pensé que era yo el ser cobarde, ahora ya sé que no. Sé la verdad. Sé en cuantos socavones me hiciste caer. Y me dejaste sola. ¡Apáñetelas como puedas! (pensarías…) Y seguiste tan tranquilo, sin mirar atrás, enterrando recuerdos, creando unos nuevos a base de sonrisas arrancadas de tiempos pasados y posiblemente felices para ti.

Pero me quedé sola. Y no pedí ayuda. Porque las cosas difíciles deben superar con la propia fuerza que nos identifica y compone. Quizá no tenga mucho de fuerza, pero eso ya no me preocupa.

Cualquiera en tu lugar hubiera tenido el valor suficiente de reconocer el error, y gastar parte de su tiempo en ayudarme a salir. O simplemente, en no hacerme vivir la mitad de cosas que nadie debe vivir en su vida.

Cualquiera en tu lugar se moriría de vergüenza y desaliento. De actuar tan mal. De ser como eres.

Ahora yo estoy curada, y aunque te afecte o no, mis silencios ocupan tus antiguas palabras.

Nunca fuiste real.

Dos amigos

—¿Eres feliz?

—Si me hubieras hecho esa pregunta hace años, seguramente, te hubiera dado un “sí” rotundo, alegre, sin dubitaciones. Pero ahora todo es diferente, mi vida es completamente distinta y aunque trato siempre de ver el vaso medio lleno, han pasado muchos años y no he vivido lo que siempre esperé vivir. No reduzco la vida a un éxito profesional y personal únicamente, no, creo que miro mucho más allá, y de todo eso que hubiera querido tener, no he logrado nada. No, supongo que a estas alturas de mi vida, no soy feliz.

—Hace tiempo yo suponía lo mismo. Pero ahora lo sé. Sé que no soy feliz porque nunca tuve la oportunidad de tenerte, y preguntarte esto todos los días, y juntar un millón de razones para que te quedaras conmigo y quisieras que te quisiera. Y así vivirte. Y sé que soy un egoísta por creerme un infeliz sólo porque no te tengo y no me amas, pero yo lo veo así. Siempre te quise, y siempre fui un poco cobarde para decirte lo que sentía. Ahora ya no sirve de nada porque, como tú dices, han pasado muchos años. Y a unos siempre nos queda menos tiempo que a otros. Sólo necesitaba que lo supieras, con que lo sepas ahora me basta. Y sonrío por ello.

—Siento decirte que yo no puedo sonreír. Siempre esperé a que una persona como tú se plantara delante de mí y me dijera algo como lo que tú me estás diciendo. Y ahora que lo haces, afirmas que llegas tarde. Y asentimientos como éstos me hacen dudar de la veracidad de las palabras que en varias ocasiones he escuchado en todos estos años insustanciales de mi vida.

—Ojalá (me) quedara tiempo. Te lo daría si pudiera. Créeme. Pero también lo gastaría contigo. Tenemos más de treinta años y durante diez años enteros te quise con locura, sin embargo, me resigné a vivir desde fuera tus romances, y escuchar tus deseos, y tus épocas felices con hombres que llegaban y siempre acababan marchándose por miedo al compromiso,  por miedo a quedarse y compartir un hogar, a construir una familia, o simplemente, a compartir una vida para siempre. Y a darte cariño todos los días de tu vida. Yo lo hubiera hecho, pero me negué a condicionar tu vida, me negué a que amaras mi forma de mirarte, mi forma de escucharte y abrazarte y esperarte después de las vacaciones con las manos vacías. Supongo que me dediqué a verte feliz en brazos de otras personas afortunadas que no eran yo, y también me conformé con las limitaciones que me había autoimpuesto. Podría haberme vuelto un poco loco y venir a este portal, llamarte y gritarte lo mucho que te quería sin contemplaciones.

—Debiste hacerlo.

—¿Estás segura?

—Sí.

—¿Hubiera servido de algo? ¿Hubiera cambiado algo en tu manera de mirarme a los ojos? ¿Hubiera cambiado tu pensamiento, tus sentimientos por mí? ¿Hubieran cambiado nuestras vidas?

—Sólo sé que si estas palabras hubieran llegado en esas épocas felices de mi vida que tú nombras, probablemente hubiera dejado a hombres insustanciales que hicieron de mis años unos insustanciales también, y me habría parado a escucharte, y posiblemente me habría planteado hacerte feliz.

—Lamento haber llegado tarde. Lamento haberme sincerado tan tarde. Espero que sepas perdonarme algún día. Pues un día me sentí seguro que podía hacerte verdadera y plenamente feliz, y sin embargo, me quedé quieto y castigué a mis pies, atados al suelo.

—Pues un día yo escuché que nunca es tarde para nada...

—Créeme, ahora ya sí es tarde.

—¿Por qué?

—Porque estoy enfermo, y no me queda mucho tiempo. Ni siquiera me aseguran un año de vida, y sé que cuando llegue el momento de marcharme, me arrepentiré de no haber tenido todo el valor que debí tener para quererte y besarte cada mañana, y dibujarte dulces sonrisas, y morirme por ellas, en lugar de morirme por esta estúpida enfermedad que me prohíbe amarte y decírtelo todos los días.

—Yo....

—No digas nada, solamente quería que existiera este momento, para poder decirte lo que siempre sentí y pensé, ahora me siento mucho más tranquilo.

—Si lo que yo quiero decirte es que quiero compartir mi tiempo contigo, sé que posiblemente cuando te marches me diré que podía haberme ahorrado mucho sufrimiento, pero sé que si no dejo que me ames y no dejo que te sientas amado, me culparé mucho más.

—No quiero, no deseo que me ames por lástima, porque sepas que mi vida se acaba.

—Lo que yo quiero es que percibas que tu vida puede volver a empezar, que me des todo tu cariño condensando en todos estos meses que nos quedan para compartirnos.

—Me harás muy feliz.

—Mi principal aliciente eres tú, y eso es lo que más me importa. Y seremos felices. Juntos.

 

 

 

Se está haciendo mayor

Intenta mirar atrás, pero sabe que ahora no puede servirle de mucho. Intenta mirar de frente, y se asusta, pero avanza, adelanta, y sabe que necesita caminar para encontrarse cualquier cosa, que, a pesar de todo, le ayudará a crecer.

Ahora llora por las noches, pero sola. No recurre a su madre, no para no moletarle, sino para no preocuparle. Tampoco se sienta en el sofá, al lado de su padre, para contarle minuto a minuto su día. No tiene tiempo. Se da cuenta que su vida ha cobrado otro giro, y que ella, a pesar de la voluntad de frenar esa etapa, ya es otra persona, ya es otra mujer. Ya mira con otros ojos y escribe con otras manos, piensa con otra mente y besa con otro corazón. Mira con deseo, como nunca antes lo había hecho. Ama con locura, como nunca antes había ejercido. Vive con prisa, como si no le quedara tiempo, y trata de hacer y cumplir muchos planes que su cabeza no deja de mostrarle. Ahora es diferente, pero no por ello peor, simplemente sus días son diferentes, también sus sueños y su manera de mirar al mundo, y a las personas. Se aferra a algo seguro, tira de algún recuerdo bello sin rastros de lágrimas, y sigue avanzando.

Se está haciendo mayor.

Vicio

Vicio

Su vicio siempre fue fumar. Fumar un cigarro tras otro en las noches de sueños quebrados y días cortos. Fumar un cigarro casi sin aliento, casi sin respiración. Pero con tiempo. Su vicio siempre fue fumar, y, ademán de ello, él. Él también fue su vicio. También existió ese tiempo en el que él era un vicio absoluto, máximo, más poderoso que sus cigarros de medianoche que a veces, y sólo  a veces, compartía con él.

 

Él lo era todo, él era quien le cortaba la respiración, quien le cambiaba de piel, quien le transportaba a otra cama, a otra habitación, a otra ciudad. Él era quien le hacía temblar al susurrarle, al tocarle, al quedarse. Ella le ansiaba cada vez que sabía que estaba cerca, y que acudiría esa noche. También le ansiaba fumar un par de cigarros casi solapadamente antes de que él llamara a la puerta, sabía que él no fumaba, que tampoco le gustaba verle a ella fumar, pero debía exprimir los últimos minutos de soledad y libertad.

Después llegaría el amor y la pasión en su más pura expresión. Su esencia. Su manera de mirar y de amar, también de sentirse amado y vivir a consecuencia de ello, y caminar erguido, sin soltarle, de la mano, sonriéndole.

Y llegó el amor, esta vez, para escaparse, para dar explicaciones, para fumarse con ella, después de tantos años... un último cigarro en compañía de la que hasta entonces, había sido su más bella acompañante. Él atribuía ese fin al desgaste del amor en poco tiempo, ella no quería creerle, ni quererle ni escucharle. Sentía unas inmensas ganas de gritarle, y que sus gritos le expulsaran de su casa, y así por siempre de su cama, de su cuarto, y de su vida, a ser posible.

Ahora sus vicios han pasado a ser sólo uno. Sigue fumando, cada noche, no ya de día. De día vive, y de noche fuma, en las noches de sueños quebrados, únicamente. Y se pinta los labios y se sonríe así misma, viendo que no hubiera podido sucederle algo mejor. Sabía que él estuvo a tiempo de arrebatarle el peor de sus vicios. El que más daño hace al corazón a corto plazo. Al fin y al cabo, ella fuma, sabe que pasará mucho tiempo para que ella note ese deterioro en sus pulmones, en su organismo; pero sigue sonriendo en la oscuridad y con el cigarro encendido, porque sabe, que algún día, dejará de tener ese único vicio que aún le queda.