Blogia

Pequeña

Transfórmalo todo

Llama a la puerta. Enséñame las fotos que describen la vida que has vivido. Llámame estúpida o tonta, pero enséñame la parte de tu vida que yo no conozco. Llámame entrometida o pesada, pero muéstrame qué tipo de cosas te han sucedido y por quié cosas has reído o has llorado. Toca el timbre y entra sin reparo. Cierra despacio y siéntate a mi lado. Mírame, intercambiemos miradas directas a distancia de 5 cm. Siéntate, descúbreme y enamórate de mí. Pídeme lo que quieras. Cuéntame qué deseas y acércate hasta hacerme notarte tiritando de ganas. Deshazte de planes para mañana y olvídate de contratiempos. Contémplame bajo esta luz y sientete libre de cargas. Enséñame tu cuerpo y entra en mi vida. Descárname la boca y cuélate en mis oídos con palabras que de verdad, quieras decirme. Cuéntame tu vida o parte de algo que te hace ser como eres, para sentirte más cercano. Déjame conocerte, dejame tocarte y sentirte en mí. Arroja el ecdredón al suelo y llevame a cualquier lugar con tu lengua y tus brazos, con tal de evadirme de los problemas. De las mañanas. Conviertete en mi deseo en mi trabajo, en mis comidas. Transforma mi vida. Adueñate de ese poder. Cómeme y regálame suspiros. Rie y acuestate conmigo. Madrugaremos juntos y habre conocido lo que es una noche contigo. En mí, unidos. Un boton menos, un secreto menos, mas de tu vida. Junto a la mía. Y te habré deseado, y conocido más. Y te habré sentido más y más cerca..... más y más......más y más....

Da igual

Escucho a Laura Pausini, y me acuerdo de las tardes de invierno en Madrid, cantando sus canciones, leyendo sus letras, y moviéndome al son de su música. Era otro tiempo. Tenía otros ojos, y otra visión de la vida. Era pequeña, pero estaba creciendo. Era ilusa, pero ya no creía en tantas cosas. Me quedaba mucho por caminar, pero ya quería. Ya deseaba, ya sentía y dejaba de sentir. Escuchaba y dejaba escuchar. Vivía y dejaba vivir. Tenía sueños, cosas que hacer, palabras que escuchar, y muchas metas. Muchas. Una niña que creía que podía llegar a ser muchas cosas, muchísimas. Quizá demasiadas. Sin embargo, nunca hubo ambición, simplemente había una niña escuchando a Pausini, y escribiendo, y leyendo...queriendo ser alguien importante para sus padres, queriendo ser la mejor amiga de sus amigas.

Ahora, después de casi 7 años, me encuentro con la misma música, pero con otra vida, una a la que faltan, y le sobran muchas cosas, pero no sabría decir el qué. Nunca creí en la exactitud, y ahora mismo, no me apetece contar qué es lo que falta o lo qué sobra aquí y ahora. Tampoco sé si quiero saberlo, tampoco solucionaría nada, ahora mismo. Después de casi 7 años, tengo sueños, pero no tantos, y tengo metas, pero las veo difuminadas y han perdido parte del color. Han perdido algo de fuerza, y yo también, para qué negarlro. Y cada día, siento que me van quitando más y más. No puedo caminar hacia delante, pero tampoco hacia atrás. Me quedo estancada y me pellizco para empujarme a moverme, pero tampoco lo consigo. Sólo logro tener pequeños circulos morados en mi piel, y me dejo llevar, pero nada ni nadie me lleva.

Da igual que suene en este cuarto la mejor y más bella cancion de Laura, ni que ahí afuera brille el sol más envidiable de la semana, ni que en el parque se oigan decenas de risas de niños que juegan a ser mayores, ni tampoco importa ya que el teléfono esté encendido o apagado, que tenga o haya perdido la llave del buzón, y un largo etcétera. Da igual que espere más o menos de la vida, porque, al final, ella siempre hace conmigo lo que quiera. Y, de momento, mi única meta es no sentir demasiada nostalgia, y tristeza, y melancolía al escuchar a Laura, y a esas canciones que te hacen pensar en todo lo que has hecho hasta el día de hoy, y si quieres vivir algo como lo que ella narra, o, por el contrario, si ya lo has vivido, y no sabes si tirar esos recuerdos al cubo de reciclaje, o, quedártelos y dejarlos por algún lugar. Y que se pierdan, como las ganas de no vivir.

El cumpleaños más dulce

El cumpleaños más dulce

Interrogantes

¿Debería esperarte? ´¿Debería creerte? ¿Debería perdonarte? ¿Debería ser paciente?¿Debería preguntarte? ¿Debería pensarte? ¿Debería olvidarte? ¿Debería escribirte? ¿Debería ser distinta?...

En realidad debería no preguntarme nada, y no preguntarte nada, a ti, tampoco. Debería vivir mi vida, cada día, como si sólo tuviera la oportunidad de vivir un día más, como si no pudiera entrar más aire en mis pulmones, como si mi corazón no pudiera seguir latiendo más. En realidad debería olvidarlo todo, y empezar de 0. Como si nada hubiera pasado, como si nada hubiera vivido anteriormente. Son cosas que ahora ni dicen ni significan nada. Palabras, recuerdos, fotografías, canciones...que, lamentablemente, tampoco dicen nada. No puedo quedarme aquí, esperando que algo cambie, o que vengas tú y me preguntes por qué hace días que no sonrío. Y no me da la gana perder más tiempo, es así de sencillo. No puedo. No debo.

Debería decirle a mi madre que no soy feliz, pero, ¿qué conseguiría con ello? Ella no es una lámpara de deseos que al frotarla, todo lo puede. No puede cambiar mi vida, ni los capítulos que yo voy haciendo de ella. No puedo quejarme, pero, sin embargo, hay mañanas que me despierto, y lo hago. Me quejo de la falta de tantas cosas que ahora necesito. Me quejo de las palabras que no llegan, de los susurros que se pierden antes de ser escuchados, de la caricia en una mano que queda en cualquier otro lugar... Tengo frío, y sueño, y siento dolor en partes del cuerpo en las que nunca antes lo había sentido. Me vuelvo frágil, y me odio por ello, porque sé que a la primera de cambio, alguien va a tropezar conmigo, o va a hacer más viento de lo normal, y caeré. Y cuando caiga, tampoco llegarás para prestarme tu mano y así, levantarme. En realidad dejas de estar, pero no eres consciente. Y tampoco debo quejarme, pero lo hago.

Debería preocuparme por mi felicidad, y es lo que intento hacer. Pero no soy buena aprendiz. Ni siquiera soy peón de esta fábrica de ilusiones rotas que no tienen valor. Debería ser fuerte y recomponerlas, volver a construirlas, creer en ellas. Pero no soy capaz.

Y me pregunto si debí haber nacido antes, o después... o en qué fecha para que no existiera en este momento en el que solamente me embargan las preguntas que nunca quise escuchar.

Hasta que amanezca

Quédate unas horas, o quédate toda la noche, pero quiéreme. Tápame, nótame, siénteme, abrázame, acaríciame... Haz lo que se te antoje, pero haz algo que me empuje a sonreír... No quería conttártelo, y no sé si es el mejor momento, aquí, bajo un cielo tranquilo y unas estrellas tan bonitas; pero... ayer rompí la lista que contenía todas las cosas que necesitaba hacer antes de morirme. La mitad de esas cosas no las he podido hacer. Por eso estoy así. Por eso no me ves reír, por eso no muevo la boca, ni alzo los ojos ni abro las manos, por eso me tapo con este jersei, por eso lloro y por eso quiero vaciar este cuarto. No sé si es bueno que queden o no cosas de mí,  no sé si es bueno que, para cuando regreses a casa, veas mi foto en tu marco favorito, no sé si es bueno que estés aquí... pero lo necesito. Se me han quedado tantas cosas pendientes en este camino...

Quédate unas horas... sólo puedo agradecértelo con mi presencia, con la de ahora. Sabes que cada día, para mí, significa uno menos en esta vida limitada Y sonríes, y me gusta verte así, porque pareces feliz, y, eso, me reconforta, pero no te puedo devolver la misma sonrisa, ni la misma marida, espero que sepas comprenderlo. Yo sé que sí.

Me gustaría que te quedaras, pero no porque te de pena, o porque sientas lástima de mí, o porque quieres fingir que estás bien...no, no quiero eso. Sólo quiero que te quedes si de verdad quieres hacerme compañía, si de verdad algún día sentiste que no podías vivir sin mí, o si un día te asustaste de lo tanto que me amabas... sólo quiero que te quedes si al mirarme sientes algo, o piensas que no es justa la vida, si ahora resulta que me la arrebatan y no puedo seguir escribiendo/(te). Porque te escribo, y te escribo continuamente, aunque no siempre sobre un papel. Pero mi mente te regala palabras que tú no escuchas. Y mis manos lanzan besos que tu no ves. Y mi voz te canta, pero tú no la oyes.

Ahora te miro, pero no me miras. Tienes la mirada perdida, y yo, sin embargo, el alma partida. No sé cómo decírtelo, pero mi último deseo sería hacer el amor contigo. Quedarme unida a ti hasta que amanezca. Y despertarme y verte dormido. Sólo eso... quédate...escúchame...quiéreme..por esta noche...

Hasta que amanezca. 

No puedo irme

Me resulta casi imposible mirarte y no pensar en otros tiempos. Me resulta difícil quedarme a tu lado y no sentirte. No poder sentirte. Me resulta irónica la situación de tenernos frente a frente, y no decirnos nada, como si todo estuviera dicho, como si no quedaran cosas por decir, como si mis ojos o tu boca no dijeran nada. Me resulta especial acostarme y pensar, por largos momentos, en ti, y en lo que podrías ser, si dejaras que te cuidara, que te llevara lejos... Es difícil conseguir que todos los días sean diferentes, pero siempre se puede intentar. Soy cabezota, lo sé. Pero de nada sirve la cabezonería cuando las señales, las pequeñas palabras, los gestos recién nacidos...comienzan a extinguirse. De este modo sólo tengo la posibilidad de dirigirme a la tienda de zapatillas, comprarme unas nuevas, unas que parezcan que van a durar mucho, mucho tiempo... Y comenzar a correr. Como aquel hombre incansable, y sensible, y real, de aquella preciosa película, en la que no dejaba de correr, aún, sin ningún motivo aparente. Le creció el pelo, la barba, desgastó su cuerpo, crecieron sus músculos y apareció en la televisión, en los periódicos... sin pensar que la mujer de su vida le vería desde el trabajo. Así vuelven las personas a la vida de los demás, de la manera más inesperada. Sin embargo, yo todavía no me he marchado, pero te juro que me encantaría irme, aunque sólo fuera por unos meses, y volver, y para cuando así sea, que tuvieras ganas de verme, de sonreírme, y sobre todo, de estrecharme entre tus brazos, y tardar más de cinco minutos en soltarme. Y después...mirarme de nuevo a los ojos y decirme que me has echado de menos. Mucho.

Pero...yo no me he marchado, y dudo que siguiendo en este mismo punto puedas empezar a echarme de menos, o quieras abrazarme, o sientas la necesidad de decirme que me quieres, aunque sólo un poco.  Y no, no me he marchado, y no puedo estar un año corriendo por las diferentes ciudades... no puedo huir, no puedo escaparme, no puedo volar, no puedo desprenderme de cosas que tengo que atender porque ya son una parte rutinaria de mi vida. No me he marchado y siento que me gustaría tanto que volviéramos a ser desconocidos, y así, tuvieras el deseo de comenzar a conocerme... pero ya no hay secretos entre ambos, ya no hay incógnitas, ya no hay datos que no conozcamos el uno del otro. Recuerdos. Sólo puedo tirar de eso.

Tú tampoco te has ido, pero..existe una diferencia... Y es que yo sí te echo de menos.

Una nueva coraza

Se siente lejos de ella. Siente que nunca la tuvo tan lejos. Siente que jamás dejaron de decirse tantas palabras, y siente que jamás dejaron de compartir momentos. Siente que echa de menos su risa, la que ya no oye porque ya no está con ella. Siente que se alejan cada vez más, y no sabe si puede controlarlo, o, lo que es peor, si quiere frenarlo. Siente que el fin podría haber sido otro. Siente que establecer un nuevo comienzo puede costar lágrimas, sudor y esfuerzo. Siente que tal vez está vacío de todo eso, y no quiere volver a luchar. Siente que su vida le sonríe, pero ya no recuerda la forma en que ella lo hacía. Siente que a su vida (la de ella) le falta todo lo que él ahora tiene. Siente pena y tal vez miedo. Miedo de que se conviertan en extraños y no volver a ser quienes eran.  

Siente que el tiempo ya no es barrera para ellos, porque simplemente, no lo usan ni lo gastan. Piensa en cuánto hace que no se miran a los ojos. Piensa en qué estará pasando por su cabeza, y qué planes tendrá. Piensa que hace mucho que no le cuenta nada. A lo mejor ella se está muriendo por dentro, y él ni siquiera lo ha llegado a imaginar. A lo mejor ella ha perdido las ganas de vivir, las ganas de salir, las ganas de estudiar, las ganas de sonreír al cajero del supermercado, a la niña del parque o a la mujer alegre de la papelería.

Siente que tendría que haber llegado antes y que tendrían que haber hablado más. Porque han matado las palabras que tenian que decirse antes de pronunciarlas. Porque han dejado de decirse aquellas cosas que hacían falta. Porque han dejado de demostrarse lo que son el uno para el otro, y ella siente que no hay salvación ninguna. Él no gasta mucho más tiempo en pensarle, porque ahora su vida es otra, y lo que tiene, le basta. Ella recuerda cogida a la sábana y al cojín que empapa con lágrimas. Bebe tres gotas de sal que caen directamente desde sus ojos, y se las seca rápidamente cuando su madre entra por la puerta. La luz está apagada y el cielo oscuro, así que ella no puede advertir que su hija está llorando. Tampoco puede saber que su hija está triste, porque se pinta una sonrisa con pintura en el ascensor, antes de meter la llave en la puerta de roble. Tampoco nadie más que le rodea sabe que se muere por dentro. Se desprendió de una coraza hace mucho tiempo, y ahora ha vuelto a comprarse una. Una mucho más buena, una que no delata sentimientos. Ya no se mira al espejo porque hasta hace poco pensaba que su sonrisa era bonita. Ahora sólo se aprende el cuento de que sonreír a los demás es una obligación, en lugar de un derecho, o parte del placer que se puede sentir cuando alguien saborea la felicidad.

Intenta olvidar. E intenta dormir. Pero no puede.

Olvidé vivir

Un viaje sorpresa, una carta con un par de líneas que contuviera un “te quiero”, un mensaje de madrugada, una cena donde sobraran las luces… cualquier cosa hubiera bastado, pero nada llegó. Nada apareció. Nada se salvó. Y me encuentro con otros ojos y con otro corazón.

Podría describir lo que me gustaría vivir, pero de nada serviría, tampoco. Falta esperanza, y sobra desilusión. Faltan sueños, y sobran miedos.Puedo negarme a sentir este vacío y a caminar, pero no lo hago. Pierdo fuerzas de manera inesperada, y me siento desnuda ante el mundo. Me quedo, por momentos, sin motivos para vivir, y eso me asusta.

Querría olvidar muchas cosas que siguen aquí, e inventar otras que podrían estar por llegar. Querría borrar nombres, lugares, sensaciones, palabras. Y podría saltar de un sitio a otro y no volver. Podría hacer muchas cosas, y me siento encerrada, atada, clausurada. Tal vez perdí la libertad o la capacidad de creer que puedo hacer eso y más. Tal vez perdí lo esencial, lo básico, y olvidé vivir.

Que me quedan lágrimas, lo sé.

Sé que me quedan lágrimas, pero no quiero expulsarlas todavía. Sé que hay días que no puedo más, y me escondería bajo la sábana, sin más ánimo que aquel de que no la levante nadie para hacerme salir. Sé que a cada segundo, nacen nuevos pensamientos, y, ahora, no sé que hacer con ellos. Me invaden y no los soporto. No los quiero conmigo. Al igual que las dudas, no me facilitan nada, y me molestan, me irritan, me enerven. Sé que a veces, las palabras, no solucionan nada. Y sé que los gestos matan miradas. Sé también que algunos abrazos roban cariño para después destrozarlo en pequeñas porciones que quedan desperdigadas en aceras rotas. Sé que los besos, cuando no vienen del alma, ni se oyen ni se sienten. No se notan.

Sé que me quedan lágrimas, y de verlas caer, prefiero aquí entre mis paredes. En un cuarto que debe seguir cambiando para no recordarme tantas cosas que ya no son así. Un cuarto con color que intenta transmitirme felicidad. Pero hay días que la tarea más dura, es sonreír. Y cuando ese obstáculo no desaparece, prefieres cambiar de vía, y probar mañana, que será otro día, quizá. Sé que me quedan lágrimas, pero no es justo manchar mis pómulos de rimmel, ni estrujar la almohada ni hablar en bajito perdiendo el tiempo que nadie, después, me dará. Sé qué tengo que hacer para no sentirme así, y aunque no tenga fuerzas, debería conseguirlo, y así demostrarme a mí misma que todavía tengo la capacidad de salir a flote sin ningún tipo de ayuda. Podría intentarlo, porque no tengo nada que perder.

No sé decirte

No sé decirte por qué se me empapan los ojos, no sé decirte por qué tengo miedo y por qué no paro de escuchar latir mi corazón. No sé decirte por qué no duermo y por qué no paro de pensar. No sé decirte por qué no paro de morderme las uñas y mirar el reloj. No sé decirte por qué le grito en silencio a la vida, ni por qué desearía marcharme lejos. No sé decirte por qué quiero alejarme, y comprar un billete de ida sin retorno, (de momento). No sé decirte por qué es esto lo que no quiero. No sé decirte por qué todo lo escucho de lejos, y todo lo veo con antifaz. No sé decirte por qué me sobran palabras, y por qué me faltan sueños. No sé decirte por qué tiemblo tanto. Ni tampoco, sé decirte, por qué los hilos de mi vida resultan ser tan sumamente finos. No sé decirte por qué rozo el límite de que puedan romperse, y quedarme con los pequeños trocitos en las manos, después, y regalárselos a la papelera, a continuación. No sé decirte por qué ahora me cansa la vida. No sé decirte por qué me aburren los días, las mañanas y las noches que ya no dicen nada. No sé decirte por qué me metería dentro de alguna película bonita con final feliz, y quedarme ahí para siempre, disfrutando de algo que todos siempre hemos querido tener. No sé decirte por qué la palabra realidad ya no me transmite nada. No sé decirte, tampoco, qué es lo que podría hacerme feliz. No sé decirte por qué espero tanto y nada llega. No sé decirte qué es lo que he hecho para llegar hasta esta silla y escribir sólo palabras hermanas de la tristeza. No sé decirte qué podría salvarme, qué podría hacerme sentir bien. Qué podría empujarme a dar ese salto a la vida. Supongo que di el salto contrario, el salto al vacío, y a pesar de sentir miedo, sentí rasguños que rajaron el alma, y desbalijaron los pequeños trocitos del corazón, que eran, sin duda, importantes. No sé decirte por qué queda tan poco, o quizá nada. No sé decirte lo que quiero decirte.

Me gusta mucho

Me gusta ver tu pelo mojado, me gusta comprarte tu chocolatina favorita antes de verte y me gusta ver como se te caen los trocitos de jamón york de la pizza cuando haces el intento de que de ese bocado, no caiga nada. Me gusta reírme contigo, y me gusta que me mires al reírme. Que así compruebes que soy feliz, mejor dicho, que me haces feliz. Me gusta oir el teléfono justo un minuto antes de que yo te llame, me gusta que te acuerdes de mí cuando yo no estoy, me gusta que sonrías al ver o escuchar mi nombre. Me gusta que me pienses en canciones, palabras y rayos de sol. Me gusta que me lleves lejos, que me sorprendas, que quieras quererme. Me gusta que veas películas sólo porque a mí me gustan, me gusta que pongas todo de ti por hacerme sentir bien. Me gusta la ilusión que vuelcas en cada segundo en que estás conmigo. Me gusta que seas consciente de lo que necesito minuto a minuto, y desees ser tú esa persona. La persona.

Me gusta escribirte porque es de esta manera como puedo decirte que te quiero no sólo por lo que haces por mí, sino por lo que sentimos los dos cuando estamos juntos. Por las palabras que nunca faltan, y que nunca están de más. Por los sueños que nunca sobran, por las caricias que no echamos en falta. Por las fotos que siempre miras, por las cartas que yo siempre escribo. Por todo querría decirte que me gustas tal como eres, y que no he encontrado mejores ni más bonitas palabras para decirte que nunca has  tenido miedo de fracasar en esto que hemos sostenido con ambas manos cada día, y cada noche. Y con estas palabras te digo que siempre voy a estar, que espero no te marches lejos de mí, que espero te quedes siempre cerca para decirme que quieres necesitarme. Me gusta esto, y me gustas tú.

Quererse

¿Sabes que es lo peor de todo? ¿Lo que nos va matando más por dentro? El quererse poco, o el quererse nada. Es un arma de doble filo y casi transparente, que nos va volviendo más pequeños, más endebles, más frágiles, y, no reaccionamos, porque tampoco somos conscientes que nunca empezamos a querernos como debimos hacer. Es difícil dar un paso hacia adelante, probar, empezar, atreverse, caminar... si ni siquiera crees en ti, o te ves capaz de hacer algo que alguna vez estuviste a punto de hacer. Son diferentes escenarios, diferentes momentos, diferentes etapas...pero sigues sin quererte, y eso no te salva, al revés, te va alejando de todas esas posibilidades que te posaron en la mano para que hicieras crecer el deseo de sentir, de llegar más lejos. Pero como he dicho, si no te quieres no puedes avanzar, no puedes hacer creer a los demás que todo está bien, y que sonríes porque de verdad sientes motivos para sonreír. Por otra parte...es difícil plantarse delante de alguien que te inspire confianza, y le digas que no sabes por qué, ni cómo, ni desde cuándo...no te quieres, porque ves que eres demasiado pequeña frente al resto del mundo que te impone, o te paraliza, o te frena a hacer cualquiera cosa, correcta o no políticamente hablando. Es cierto que cuando nos ponemos barreras, cuando ni siquiera nos miramos al espejo, cuando olvidamos cómo se expresaban nuestros ojos cuando nuestra boca sonreía.... dejamos que todo se derrumba, y nos dejamos llevar en esa avalancha que no nos lleva a ningún sitio más que al suelo. Y creemos no poder salir, subir y volar. Pero a veces, sólo hace falta un empujón de alguien que te admira de verdad, para poder llegar a ser quien quieres ser, o, mucho mejor, para abrir los ojos, contemplarte, y ver que eres tú, la esencia de esa persona en la que te has convertido y de hecho te querías convertir. Sólo es cuestión de eso, de saber contemplar. Y no tener miedo. Y quererse. Aunque sólo sea un poco.

Todavía más

...y han habido todavía más cambios. Esta vez, en mi habitación. Cada septiembre, al volver a casa, es sentir la necesidad de cambiar un poco las cosas, ya sea unas por otras, quitar unas, tirar otras, poner otras nuevas... Y me gustan, me gustan estos cambios, de estas características. Ahora todo está como me gusta, tal y como quería que estuviera. Me encuentro agusto entre estas cuatro paredes que contienen, quizá, el 60% de mi vida, a base de recuerdos plasmados en fotografías, recortes de historias con palabras que me marcaron, música que ha formado parte de mí siempre...y muchas cosas más. Ahora, un añadido más: un espejo precioso en el que encontrar a una mujer valiente y fuerte. Alguien que no se desvanezca a la primera de cambio y tenga la suficiente capacidad como para confiar en sí misma. Eso es muy importante, y a veces nos pasamos media vida sin darnos cuenta de ello, y cometemos el gran error de pensar que otras cosas están por delante de eso. Pero si una no confia en si misma, es muy probable que los demás tampoco lo hagan, y de ahí a perder el rumbo establecido, hay un pequeño paso.

Y debe ser que me gustan los cambios.

In the Pub Crowl!

In the Pub Crowl!

De vuelta (y sumando cambios)

Si. De vuelta. De nuevo de vuelta. Este verano he ido, he vuelto, he estado yendo y viniendo, y, con una sonrisa en la cara. ¿por qué? porque la vida es demasiado corta como para malgastar el tiempo, pensando en aquellas cosas que no fueron mal, que siguieron estando mal, y ya no se recompondrán. De vuelta, y contenta, muy contenta. Con cambios. Con nuevos recuerdos. Con nuevos ojos. Con nuevas cosas en mi vida, que, por primera vez, siento que encajan como nunca. Un puzzle bien hecho, de varias piececitas, que no se pierden, y así soy feliz. De vuelta, con muchas cosas atrás que me hacen sonreír. De vuelta, después de pasar unos exámenes finales que me dejaron sin aliento, si se tiene en cuenta que a los dos días de hacer el último examen (véase 27 de junio en el calendario - sí, el ultimo viernes de junio haciendo un examen de la gran didactica general), empecé a trabajar. Y resulta que este año el trabajo ha sido mi mayor tormento, no por madrugar, no por restarme tiempo para estar con mi familia, mis amigos, pisar la arena, bañarme en el mar, bucear en la piscina y notar la hierba húmeda en tardes frescas de verano. No por eso. Lo asumí. Pero ha sido un tormento por el simple hecho de que hay personas que se valen de la juventud de otras, y en lugar de tomarte como una adulta, te toman por tonta. Y de ahí a que te sientas realmente mal a pesar del esfuerzo y las ganas iniciales de cada nuevo día, hay un paso, y después, todo eso te lo tiran a la basura de un solo lanzamiento, y vuelves a quedarte vacía. Los rayos de sol de la parada 12 te recuerdan que tú no tenías que estar ahí, que tu tiempo no vale tan poco, que vales mucho, y que no debes volver. Mi cabezonería me hizo seguir, a pesar del cansancio, de las horas interminables invertidas en un local donde los más agradables, son los clientes de playa, y no el personal. Un tormento que tuvo su fin el día 30 de agosto. Un tormento que no volverá. Es lo que tiene ser adulta, marcharse con la cabeza bien alta, con las cosas bien hechas y la conciencia limpia y tranquila. He sido educada, correcta, responsable y puntual en todas y cada una de las cosas que he hecho, y he aprendido que nadie puede arrebatarme la oportunidad de trabajar en bienestar. Después de este trabajo, ha llegado otro, de sorpresa y de repente a la vez (como muchas cosas buenas en la vida). Y no he podido ser más feliz. Me encuentro en un cole todas las mañanas cuidando a peques adormilados, que se esfuerzan en pintar ese dibujo blanco que tú preparaste la noche anterior. Y ponen su nombre, y tú lo cuelgas en ese corcho grande con una chincheta, y ellos, desde ahí abajo, son los más felices. Y te alegras de verlos así. Y ya sí merece la pena levantarse a las 6.30 de la mañana, sabiendo que vas a hacer lo que te gusta, y que, encima, te van a pagar por ello. Resulta increíble, pero es así.
Y obviando la vida laboral, paso a hablar de lo más importante, de las personas que se preocupan por mí, día tras día. Ahí aparecen mis padres, mi hermano, mis amigos. Ahí aparecen las personas que más sorpresas me han dado este verano, concretando, el día de mi cumpleaños, pero esto merecerá una nueva entrada, que ya está preparada, desde hace semanas. Llegará.
Y, por último, mencionar mi magnífico e irrepetible viaje a Cambridge. He conocido lugares extraordinarios, abrumadoramente preciosos. Increíbles, también. No he sido tan feliz nunca en ningún viaje, creo. Y sólo puedo decir que fueron 10 días intensos, llenos de cosas bonitas, con tantas cosas por hacer, por escuchar... También hablaré de esto, en otra entrada, acompañándola de fotografías que pueden enamorar. Es bonito poder disfrutar de las cosas que sabemos que nos van a hacer realmente felices ¿no? Y pensar que hubiera podido rechazar este viaje,...me hubiera matado por dentro, antes o después. Sin embargo, tengo un album precioso, tengo 24 sonrisas diferentes en las fotos, procedientes de 24 personas que han sido geniales. Ha sido genial, y no podré olvidarlo nunca. Nunca.

Volví, y volví para quedarme.

Actúa

Piensa que (de momento) no existe lo que más deseas. Piensa esto para estimularte, para automotivarte y empujarte a crear esa vida, esos instantes, o ese momento que hace tiempo que persigues, y quieres hacer tuyo. Piensa que debes ser el inventor, el arquitecto, el diseñador, el obrero de todas esas cosas que quieres construir, y tener contigo. Piensa que debes aprender a inventar mil momentos que te apetezca vivir. Piensa que sólo tú, bien sabes lo que quieres para ti. Piensa que el esfuerzo te proporcionará el regalo. Piensa que el tiempo invertido te conducirá a esa vida que todavía no tienes, porque quieres cambiarla, aunque sea un poco. Piensa que eres diferente, y a la par, único. Piensa que necesitas moverte por algo, y nada mejor que sea por algo que está ligado a ti, que es tu vida. Piensa, opina, rebélate, reflexiona, y actúa. Hazte una lista de todas las cosas que haría falta hacer para conseguir eso que tú quieres. La mayoría suele desear la felicidad, pero quizá sea el momento de que valores otro tipo de cosas que te la proporcionen, en pequeñas cantidades, a porciones, para saborearlas mejor. Nada mejor que una mañana alegre para levantarte con fuerzas y sentirte seguro de cambiar parte de tu vida que te perjudica, y en parte, te hace sufrir. Puedes cambiarlo todo... Pero a veces, sólo hace falta escucharlo en otras bocas para dar un paso adelante.

Descalza

Descalza, la mayor parte del tiempo, voy descalza. Desde muy pequeña, no me acuerdo ni siquiera a qué edad, daba rápidos paseos por mi casa y descalza. No importaba que fuera invierno o verano, no importara que mi madre me dijera que así, me iba a constipar, o que para algo estaban las zapatillas... A pesar de sus razonamientos, casi siempre ganaba mi cabezonería, y seguía descalza. Jugaba descalza, hacía cosquillas a mi hermano descalza, veía la televisión descalza, preparaba tartas descalza, leía descalza, hacía los deberes descalza, me inventaba cuentos con mi máquina de escribir descalza... y supongo que esa manía todavía sigue conmigo. Es como si formara parte de otra época, en la que lo menos importante es saber qué tipo de zapatos llevas, o si pareces más alta, o más baja...

Supongo que quizá me irrite que haya demasiada gente preocupándose por los zapatos. Nunca han sido mi devoción. Mucho menos mi perdición. Siempre he sido sencilla con los zapatos. Al contrario que con la ropa, pero, nunca he gastado más tiempo del necesario, en comprar unos zapatos. No analizo demasiado la situaciones en las que me encontraré para comprarme unos u otros zapatos. Tal vez me guste verlos, pero no me apasiona entrar en una zapatería, y salir con tres pares de zapatos. Unos de tacón de aguja para las fiestas, otros planos pero modernos y alegres para trabajar, y otros con muchos detalles y de elevado coste. No.

Supongo que todos tenemos manías... e, irremediablemente, la mía, la de permanecer descalza la mayor parte del tiempo, en mi casa...desde hace tantos y tantos años...me ha conducido a esta situación en la que, en lo menos que me fijo de una persona, es en sus zapatos.

Quizá pueda parecer extraño o irrazonable, pero prefiero mirar siempre a los ojos, y a la boca, y que mi memoria inmortalice cada mirada y sonrisa de los demás, para recordarlo.

Sí, supongo que todos tenemos manías...

Más cambios

Pasó de ser mala a buena. Pasó de ser idealista a realista. Pasó de ser ilógica a lógica. Pasó de ser inconsciente a consciente. Pasó de rubia a morena. Pasó de recordar a vivir. Pasó a escribir cada día una razón para vivir. Pasó a quererse un poco más. Pasó a verse más guapa y a enfrentarse al mundo sin armas de miedo. Pasó a regalar ropa antigua y a deshacerse de libros. Pasó a mirarse en otras fotos de otros tiempos. Pasó a querer, a desear, a ansiar. Pasó de vivir en una pesadilla, a hacer realidad –lentamente- un sueño. Pasó a decirse que ya era hora. Pasó a caminar segura, paso a paso. Pasó a estar atenta y a fijarse bien en el destino de los trenes que pasaban delante suya. Pasó a abrir los ojos, como nunca, como nadie. Pasó a saborear sus momentos, y...hasta día de hoy, sigue relamiendo cada segundo de placer, alegría y fortaleza que la define. Pasó a escuchar otras canciones, olvidar algunos poemas y centrarse en sí misma. Y sigue luchando.

Benicàssim

Benicàssim

Durante 16 años pisando las mismas playas, y no me canso de ellas. No me canso. Me siento tranquila y me olvido de todo, del mundo, de las pequeñas preocupaciones y de cualquier futuro. Me siento sobre las piedras o me tumbo sobre la arena fina aunque húmeda porque esta atardeciendo, y no corre la brisa de la mañana, pero sí un aire fresco acompañado de gaviotas, todavía, más tranquilas que yo. Me encuentro tranquila y contemplo la mezcla de colores en el cielo y en el mar. Como si se unieran dos mundos distintos, como si sólo yo fuera la única expectante de esa maravilla. Como si fuera la primera vez que piso una playa y me quedo en ella para respirar hondo, y tomar aliento. Cargarme de fuerzas y pensar que la vida puede ser bonita si se observa un atardecer como éste. Y sonreír, y disfrutar de la vida, de los segundos seguidos de silencio roto por las olas del mar, que llegan a la orilla ya con menos fuerza que a las doce. Está atardeciendo y no hay nada más bonito que esto.

Idiota

Creo que ya no es sólo el calor lo que me cansa, ni las tardes de estudio (o intento de estudio) ni las noticias que no dan ningún tipo de tregua a ninguna de las horas en que enciendo la televisión. Creo que soy demasiado sensible a los gestos, las palabras (o ausencia de palabras), a los cambios propios y de los demás, que, a veces, se producen sin ningún motivo razonable. Y comienzo a llenarme de por qués (como siempre),  y me vuelvo la única persona que se cuestiona por qué las cosas funcionan así, o los demás las hacen funcionar así. Y me doy cuenta que los demás viven y no se molestan en preocuparse por aquello que hacen sin darse cuenta (o no), y qué consecuencias o tipo de sentimientos producen en los demás. Resulta que ya no es cuestión de paciencia, sino de idiotez. Dejé de ser paciente para volverme idiota. Y ya estoy algo harta. No me preocupa gastar tiempo en pensar por qué las personas pueden actuar o dejar de actuar, y yo, por ser yo, y por ser como soy, tengo que ser siempre real, y poner cara bonita y sonrisas a diestro y siniestro porque sí, porque el día es bonito, porque el sol brilla y porque los demás son felices. Resulta que me cansé de ser idiota, ¿y quien no? ... Pero lo que más pena me da es que la gente no sepa darse cuenta de los pequeños fallos que causan grandes (y dolorosas) sensaciones en los demás. No sé por qué yo no puedo cambiar también. No sé por qué escribo sobre esto, supongo que es mi vena sensible, esta con la que nací y con la que, muy probablemente, me muera.

Creo que es la vida,  lo que hacemos con ella y en lo que la convertimos...lo que me cansa.