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De vuelta (y sumando cambios)

Si. De vuelta. De nuevo de vuelta. Este verano he ido, he vuelto, he estado yendo y viniendo, y, con una sonrisa en la cara. ¿por qué? porque la vida es demasiado corta como para malgastar el tiempo, pensando en aquellas cosas que no fueron mal, que siguieron estando mal, y ya no se recompondrán. De vuelta, y contenta, muy contenta. Con cambios. Con nuevos recuerdos. Con nuevos ojos. Con nuevas cosas en mi vida, que, por primera vez, siento que encajan como nunca. Un puzzle bien hecho, de varias piececitas, que no se pierden, y así soy feliz. De vuelta, con muchas cosas atrás que me hacen sonreír. De vuelta, después de pasar unos exámenes finales que me dejaron sin aliento, si se tiene en cuenta que a los dos días de hacer el último examen (véase 27 de junio en el calendario - sí, el ultimo viernes de junio haciendo un examen de la gran didactica general), empecé a trabajar. Y resulta que este año el trabajo ha sido mi mayor tormento, no por madrugar, no por restarme tiempo para estar con mi familia, mis amigos, pisar la arena, bañarme en el mar, bucear en la piscina y notar la hierba húmeda en tardes frescas de verano. No por eso. Lo asumí. Pero ha sido un tormento por el simple hecho de que hay personas que se valen de la juventud de otras, y en lugar de tomarte como una adulta, te toman por tonta. Y de ahí a que te sientas realmente mal a pesar del esfuerzo y las ganas iniciales de cada nuevo día, hay un paso, y después, todo eso te lo tiran a la basura de un solo lanzamiento, y vuelves a quedarte vacía. Los rayos de sol de la parada 12 te recuerdan que tú no tenías que estar ahí, que tu tiempo no vale tan poco, que vales mucho, y que no debes volver. Mi cabezonería me hizo seguir, a pesar del cansancio, de las horas interminables invertidas en un local donde los más agradables, son los clientes de playa, y no el personal. Un tormento que tuvo su fin el día 30 de agosto. Un tormento que no volverá. Es lo que tiene ser adulta, marcharse con la cabeza bien alta, con las cosas bien hechas y la conciencia limpia y tranquila. He sido educada, correcta, responsable y puntual en todas y cada una de las cosas que he hecho, y he aprendido que nadie puede arrebatarme la oportunidad de trabajar en bienestar. Después de este trabajo, ha llegado otro, de sorpresa y de repente a la vez (como muchas cosas buenas en la vida). Y no he podido ser más feliz. Me encuentro en un cole todas las mañanas cuidando a peques adormilados, que se esfuerzan en pintar ese dibujo blanco que tú preparaste la noche anterior. Y ponen su nombre, y tú lo cuelgas en ese corcho grande con una chincheta, y ellos, desde ahí abajo, son los más felices. Y te alegras de verlos así. Y ya sí merece la pena levantarse a las 6.30 de la mañana, sabiendo que vas a hacer lo que te gusta, y que, encima, te van a pagar por ello. Resulta increíble, pero es así.
Y obviando la vida laboral, paso a hablar de lo más importante, de las personas que se preocupan por mí, día tras día. Ahí aparecen mis padres, mi hermano, mis amigos. Ahí aparecen las personas que más sorpresas me han dado este verano, concretando, el día de mi cumpleaños, pero esto merecerá una nueva entrada, que ya está preparada, desde hace semanas. Llegará.
Y, por último, mencionar mi magnífico e irrepetible viaje a Cambridge. He conocido lugares extraordinarios, abrumadoramente preciosos. Increíbles, también. No he sido tan feliz nunca en ningún viaje, creo. Y sólo puedo decir que fueron 10 días intensos, llenos de cosas bonitas, con tantas cosas por hacer, por escuchar... También hablaré de esto, en otra entrada, acompañándola de fotografías que pueden enamorar. Es bonito poder disfrutar de las cosas que sabemos que nos van a hacer realmente felices ¿no? Y pensar que hubiera podido rechazar este viaje,...me hubiera matado por dentro, antes o después. Sin embargo, tengo un album precioso, tengo 24 sonrisas diferentes en las fotos, procedientes de 24 personas que han sido geniales. Ha sido genial, y no podré olvidarlo nunca. Nunca.

Volví, y volví para quedarme.

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