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Pequeña

Por todo

Gracias por cuidarme, gracias por saber tratarme, por empeñarte en llevarme a casa cuando estoy enferma, gracias por llevarme la contraria para hacerme entrar en razón. Gracias por coger el coche para llevarme a casa y prepararme esa sopa caliente, la sopa más alegre de toda mi vida. La más colorida de todas.

Gracias por preocuparte, por obligarme a tumbarme en el sofá y quedarte a un ladito o conformarte con el sillón. Gracias por animarme y por transmitirme fuerzas. Gracias por estar ahí, siempre, de sobra sabes que eres la mejor persona que alguien se puede cruzar a la cara. Gracias porque todo lo que haces, es por voluntad propia, porque de verdad quieres, porque te importo y, en una u otra medida, no aguantas verme triste de tanto dolor.

Gracias por preguntarme cada poco tiempo si me sigue doliendo el estómago, o la cabeza, o todo el cuerpo. Si tengo fuerzas en los brazos y en las piernas, para poder ayudarme a coger tres estúpidos libros que me parecen un edificio de veinte plantas.

Sé como eres, sé que te importa más la demás gente que tú mismo, y eres un especialista en hacer que la gente se sienta bien. Sobre todo, cómoda, y más tranquila. Ahora, cuando llegues a casa, esperaré tu llamada, y te contaré qué me han dicho.

Necesito escuchar tu voz y decirte qué me sucede, decirte que me muero por ser una chica fuerte, de veras, y estar preparada para todo, incluso para los malditos exámenes.

Ahora, cuando me llames, te sonreiré hablando aunque sienta dolor en cada centímetro de mi cuerpo. Y tú sentirás mi sonrisa. Te lo prometo.

Y te prometo, que, aunque en silencio, notarás mis “gracias” todas los días, todas las mañanas. Siempre.

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