Dos amigos
—¿Eres feliz? —Si me hubieras hecho esa pregunta hace años, seguramente, te hubiera dado un “sí” rotundo, alegre, sin dubitaciones. Pero ahora todo es diferente, mi vida es completamente distinta y aunque trato siempre de ver el vaso medio lleno, han pasado muchos años y no he vivido lo que siempre esperé vivir. No reduzco la vida a un éxito profesional y personal únicamente, no, creo que miro mucho más allá, y de todo eso que hubiera querido tener, no he logrado nada. No, supongo que a estas alturas de mi vida, no soy feliz. —Hace tiempo yo suponía lo mismo. Pero ahora lo sé. Sé que no soy feliz porque nunca tuve la oportunidad de tenerte, y preguntarte esto todos los días, y juntar un millón de razones para que te quedaras conmigo y quisieras que te quisiera. Y así vivirte. Y sé que soy un egoísta por creerme un infeliz sólo porque no te tengo y no me amas, pero yo lo veo así. Siempre te quise, y siempre fui un poco cobarde para decirte lo que sentía. Ahora ya no sirve de nada porque, como tú dices, han pasado muchos años. Y a unos siempre nos queda menos tiempo que a otros. Sólo necesitaba que lo supieras, con que lo sepas ahora me basta. Y sonrío por ello. —Siento decirte que yo no puedo sonreír. Siempre esperé a que una persona como tú se plantara delante de mí y me dijera algo como lo que tú me estás diciendo. Y ahora que lo haces, afirmas que llegas tarde. Y asentimientos como éstos me hacen dudar de la veracidad de las palabras que en varias ocasiones he escuchado en todos estos años insustanciales de mi vida. —Ojalá (me) quedara tiempo. Te lo daría si pudiera. Créeme. Pero también lo gastaría contigo. Tenemos más de treinta años y durante diez años enteros te quise con locura, sin embargo, me resigné a vivir desde fuera tus romances, y escuchar tus deseos, y tus épocas felices con hombres que llegaban y siempre acababan marchándose por miedo al compromiso, por miedo a quedarse y compartir un hogar, a construir una familia, o simplemente, a compartir una vida para siempre. Y a darte cariño todos los días de tu vida. Yo lo hubiera hecho, pero me negué a condicionar tu vida, me negué a que amaras mi forma de mirarte, mi forma de escucharte y abrazarte y esperarte después de las vacaciones con las manos vacías. Supongo que me dediqué a verte feliz en brazos de otras personas afortunadas que no eran yo, y también me conformé con las limitaciones que me había autoimpuesto. Podría haberme vuelto un poco loco y venir a este portal, llamarte y gritarte lo mucho que te quería sin contemplaciones. —Debiste hacerlo. —¿Estás segura? —Sí. —¿Hubiera servido de algo? ¿Hubiera cambiado algo en tu manera de mirarme a los ojos? ¿Hubiera cambiado tu pensamiento, tus sentimientos por mí? ¿Hubieran cambiado nuestras vidas? —Sólo sé que si estas palabras hubieran llegado en esas épocas felices de mi vida que tú nombras, probablemente hubiera dejado a hombres insustanciales que hicieron de mis años unos insustanciales también, y me habría parado a escucharte, y posiblemente me habría planteado hacerte feliz. —Lamento haber llegado tarde. Lamento haberme sincerado tan tarde. Espero que sepas perdonarme algún día. Pues un día me sentí seguro que podía hacerte verdadera y plenamente feliz, y sin embargo, me quedé quieto y castigué a mis pies, atados al suelo. —Pues un día yo escuché que nunca es tarde para nada... —Créeme, ahora ya sí es tarde. —¿Por qué? —Porque estoy enfermo, y no me queda mucho tiempo. Ni siquiera me aseguran un año de vida, y sé que cuando llegue el momento de marcharme, me arrepentiré de no haber tenido todo el valor que debí tener para quererte y besarte cada mañana, y dibujarte dulces sonrisas, y morirme por ellas, en lugar de morirme por esta estúpida enfermedad que me prohíbe amarte y decírtelo todos los días. —Yo.... —No digas nada, solamente quería que existiera este momento, para poder decirte lo que siempre sentí y pensé, ahora me siento mucho más tranquilo. —Si lo que yo quiero decirte es que quiero compartir mi tiempo contigo, sé que posiblemente cuando te marches me diré que podía haberme ahorrado mucho sufrimiento, pero sé que si no dejo que me ames y no dejo que te sientas amado, me culparé mucho más. —No quiero, no deseo que me ames por lástima, porque sepas que mi vida se acaba. —Lo que yo quiero es que percibas que tu vida puede volver a empezar, que me des todo tu cariño condensando en todos estos meses que nos quedan para compartirnos. —Me harás muy feliz. —Mi principal aliciente eres tú, y eso es lo que más me importa. Y seremos felices. Juntos.
1 comentario
alex -
Muchas personas, no viviran un amor así....aunque vivan cien años.
Ella es realmente valiente....no es momento de reproches....es momento de amar y ser felices....hasta el final.
Bonito relato,pequeña.
Besos cariñosos,Laura.