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Pequeña

Tregua

Decidió que no volvería a pisar el parque al que acudió para rociar su amor sobre las losetas en un día de sol. Y decidió olvidar el brillo de aquel sol y sus mejillas rosadas. Así era su piel, demasiado blanca y demasiado fina como para no verse afectada por aquel calor. Y quiso recordar que ya no era un recuerdo; aunque ella eso no podía cambiarlo. Y se sentía muy impotente de no poder gritar en voz alta, de no poder deshacer el nudo de su garganta y de soñar vacíos. Se sentía llena de rabia, y su cabeza empezó a llevarse mal con ella. Ella queriendo olvidar, y la cabeza queriendo recordar, dañándole hasta morir. Ella se sostenía de la mejor manera, le temblaban siempre los pies, sus brazos quedaban pegados al cuerpo, y sus pies comenzaron una tregua que ella aceptó. No tenía ganas de caminar, ni siquiera de mirar de reojo para ver qué es lo que le espera. No sabe lo que le toca, de ahora en adelante, sabe que le basta con todo lo que ha vivido (y tocado vivir). Sabe perfectamente que el futuro debe ser mejor que el pasado; al menos ella quiere pensar eso, y aunque esto también le haga daño, no será un dolor mas profundo que el que ha estado sufriendo. Ella no quiere pasado, y el presente lo ignora. Recuerda cómo en una de las clases de la facultad escuchó que “El presente no existe, porque los segundos pasan y nada es presente. Sólo queda el pasado, y sólo queda el futuro, aquello que está todavía por ocurrir”. Entonces se encontraba con dos palabras fijas, una a su izquierda, mostrándole sus recuerdos, sus palabras, sus vivencias. A la derecha, la palabra futuro, mostrando incertidumbre, ignorancia, planes. No dudó, sí lloró, al querer deshacerse de recuerdos, de lo que hasta ahora había estado viviendo, conformándose o no, siendo feliz o infeliz, pero todos aquellos eran suyos, sus recuerdos. Lloró y apretó la palabra futuro, y entonces quiso avanzar, para empezar a descubrir que había detrás de esa palabra. Pero a pesar de elegir, sus pies permanecieron convencidos con la tregua. Ella tampoco discutió con ellos, ni siquiera se enfadó. No merecía la pena. Ella, en realidad, había elegido por elegir, porque no tenía otra opción. Al fin y al cabo, quedarse quieta y esperando el momento de su vida, a quedarse quieta y esperar que el futuro le llegara; era lo mismo.

 Su vida seguía siendo la misma, con el mismo dolor acumulado y guardado. No sabía cómo podía deshacerse de él. Tal vez era tanto y tan profundo, que le podía. Ella sabía que dejó de ser fuerte hacía muchos años, por eso la coraza ya no le bastaba.  Sí, una coraza de demasiada mala calidad. Y entonces comenzó a odiarse por un momento. Por amar, por pensar, por soñar, por tantas cosas unidas que le habían ido cambiando la vida todos sus días. Y todos sus días eran diferentes. Tampoco eso le agradaba. 

Hacía falta esto, dolor, para que sus días volvieran ser iguales. Para que eligiera el futuro sin querer elegirlo. Para intentar olvidar el pasado sin que éste le odiara a ella también. Y seguía sin vivir, seguía con sus brazos pegados al cuerpo, con sus labios sellados, con sus pies en tregua.

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