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Pequeña

Odio

Se vació de lágrimas saladas que arrancaban la capa de los mejores poros de su piel. Se vació de dolor que fue dejando en muchas calles de la ciudad. Se vació de mucho del amor que quedaba en ella. Se vació de toda la pena que había acumulado hasta entonces, y la pena que había recibido aquella tarde. Se vació de odio y de rabia. Pero sabía que al volver a casa, su mente seguiría pasándole recuerdos en forma de imágenes como si fuera una película a pasos. Y esos pasos fueron los protagonistas de esa noche. Noche en la que sus ojos no lograban cerrarse, y su cabeza no paraba de pasearse por mil sitios. Una noche amarga, como muchas otras que había vivido por su culpa; pero sabía que ésta era la peor. La peor de todas, sin duda alguna. Por un momento había querido morirse. En un minuto le había quitado mucho sentido a su vida con aquel tono de su voz. Había sido un monólogo cruel y decepcionante. No había sido más cruel en toda su vida, con ella. Y ella quiso borrarle definitivamente aquella tarde, quiso actuar como si jamás hubiera existido. No podía concebir que aquella voz procediera de aquella persona que ahora estaba compuesta y llena de frialdad y números. No podía reconocer que aquellas palabras hubieran salido de su boca. No podía entender por qué tras todos sus momentos le llegaba esta vez para hacerle sentir insignificante. Aplastó su interior de la peor manera. No pudo escoger peor. Eligió la peor salida. Para ella. Él derrochó palabras arrogantes. Le quitó toda la veracidad al amor que había estado anunciando por ella. Dejó en blanco la historia. Se lo llevó todo con sus palabras. Ella, compuesta de sensibilidad, se echó a llorar. Se cogió la cabeza con sus dos manos, se aproximó a las paredes frías de aquel baño que pudo ser testigo de todo su dolor, de sus gritos de auxilio, de su necesidad de estar mecida entre los brazos de alguien que estuviera compuesto de ternura. No podía parar de llorar, no podía descongestionar el tráfico entre sus gritos y sus lágrimas, que a pesar de ser transparentes, podían mostrar todo lo que había dentro suya. No cabía más desolación ni desconsuelo en su cuerpo. Escupía lamentos de tristeza, esculpidos en dolor. Había vivido una mentira, una mentira de la que quiso deshacerse, pero ya estaba pegada a su piel. Él se había encargado de repetírselo en aquella llamada. Dejándola vacía, arrancando lo más íntimo de sus entrañas y arañando en su interior. Todo ello sin tocarla. Ella sintió odio. Y sintió que jamás podría volver a sufrir de esa manera.

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