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Pequeña

Caja de sorpresas

Él era una caja de sorprensas, pero ella no lo sabía. O tal vez no quería saberlo. Sí, a lo mejor no quería saber que él se había convertido en una caja de ingratas sorpresas. Por ello a ella nunca le gustaron las sorpresas. Nunca las persiguió ni aguantó. Ella deshacía las sorpresas, se encargaba de adivinarlas o anticiparlas. Quizá había nacido para recibirlas y vivirlas, pero ella jamás lo vio así, porque casi siempre no fueron buenas sorpresas. ELla comenzó a pensar que él era distinto, que era una caja de sorpresas nueva, sin abrir. Aún por estrenar. Pero en realidad era una caja seminueva, y no estaba llena de cosas que ella esperaba. Más bien, que necesitaba. Las necesitaba para vivir con ganas, no ya con  ilusión pero sí con ganas. Ella pensó que por primera vez podría aguantar y empezar a ser feliz con esa caja, pero ésta comenzó a vaciarse de decepcionantes sorpresas que se volcaron sobre ella de manera casi continua. Muchas veces, muchas, no le dio tiempo siquiera a llorar, y ésa solía ser su reacción primaria. Detrás de eso, rabia, rabia por no haber adivinado esta vez qué clase de sorpresas guardaría él para ella. Rabia por volver a sentirse herida. Rabia por no poder deshacerse de tanto dolor innecesario. Rabia por haber decidido esperar y seguir pensando que las buenas sorpresas acabarían llegando. Sí, llena de rabia se sentía por ello, y porque aún le resulta difícil dormise al pensar que todo podía haber sido diferente.

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