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Pequeña

Delante del cristal

Frente al gran cristal se hallaba con las muñecas desnudas. Había guardado todas sus sortijas de plata en la caja azul y había enlazado las cartas de años anteriores. Había mirado por última vez las fotografías y había dejado muy vacío su cuarto. Como si de una habitación a punto de estrenar se tratase. No quería dejar demasiadas huellas ni recuerdos. Ordenó los libros que le habían ido regalando sus amigos y tras dichas actividades, se vio dispuesta y preparada a realizar la última, que ocupaba el último punto de su lista: quitarse la vida.

Con esto se deshacía del valor y de la fuerza (ella lo sabía) pero también se deshacía del dolor y la angustia. No podía sufrir más. No. Y sabía que al dejar de existir, se extinguiría todo lo demás, todo lo que le había ido vaciando. Observó sus muñecas por última vez, se le escapó una lágrima a la que se le antojó corretear por el lado derecho de su pequeña nariz. Y estaba dispuesta a dejarlo todo. Toda la pena. Toda la amargura. Fue cobarde, y se quitó la vida. Aquel cristal fue el único testigo, y sus pulmones y su corazón dejaron de funcionar. El rojo tiñó sus manos. Sus venas se abrieron. Sus ojos se cerraron, y su lagrimal...su lagrimal persistió a seguir mojado.

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