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Pequeña

Incomprensión

Se siente incomprendida, y no puede gritarle nada a nadie. Se siente incomprendida y no sabe si salir, si saltar, si viajar, si escapar. Sueña cada tarde con marcharse lejos, con conocer otros lugares, con pisar otros suelos. Y quizá soñarlo no le baste. Se siente hundida porque nadie se molesta en comprenderle, y tampoco nadie le tiende la mano que, tal vez, podría salvarle. Se siente incomprendida y cansada de estar siempre hablando de lo mismo. Su madre le mira con ojos de pena, y a ella se le saltan las lágrimas mientras alisa su cabello delante del espejo al que no quiere mirarse. Sabe que nadie merece su llanto, sabe que ni la incomprensión de aquellos que no se esfuerzan en preguntarse por qué siente lo que siente, merece que ella llore. Y se pregunta si todo esto, es vida. Se pregunta si existe alguna manera de cambiar todo esto. Pero sólo llega a una conclusión,  y es que quiere vivir. Quiere hacer algo y sentirse orgullosa, y ante todo, contenta. Tampoco exige felicidad, porque sabe que para llegar a ella, hay que caminar demasiado. Y también está cansada como para caminar tanto.

Se sincera entre lágrimas y palabras llenas de sabor a verdad. Comienza a echar de menos, comienza a desechar recuerdos que ya no le valen, comienza a mirar hacia delante, y deja de mirar atrás. Se siente incomprendida y tampoco puede cambiar esto. Se siente impotente porque nadie comprende su manera de hacer las cosas, y cada día se levanta con la intención de hacerlo todo lo más correctamente posible. Piensa en los demás, y deja de pensar en ella, y hasta eso nadie lo logra comprender. Es como si todo el mundo tuviera un antifaz sobre los ojos y no pudiera ver nada. Ella camina y sabe que lo está haciendo bien, sabe que le falta oxígeno, sí, sabe que le falta aire, alegría y vida, pero intenta que esta situación no le supere. Se siente incomprendida, y sabe que no puede perdonar. Tiempo atrás hubiera preferido la indiferencia, pero ahora sólo quería un poco de respeto, de entendimiento y empatía. Y no llega. Y ella ya no sigue esperando delante de la puerta. ni al lado del teléfono, ni con la boca abierta. Ella comienza a vivir por y para ella, porque sabe que nadie vendrá a salvarle. Nadie vendrá a escucharle y a decirle que no sienta lo que siente, que eso le oprime y le hace un daño enorme. Ella se escucha a sí misma e intenta cambiar la temática de la conversación con su madre, que se preocupa y no deja de decirle que no le gusta verle llorar.

Las lágrimas mueren en la punta del mentón, y ella sale a la calle con una nueva sonrisa puesta. Hace sol, y a duras penas, puede sonreír.

1 comentario

Carol -

Muy mal, jovencita. Yo te comprendo así que a la enormidad del nadie resta una niña getafea :)