Noah y Allie (II)
Eran ellos Noah, y Allie. Ambos se complementaban se amaban, se necesitaban y deseaban. Noah le amaba con locura, estaba dispuesto a darlo todo por ella. Desconocía que ella iría a una universidad de Nueva York, desconocía que ella no residiría a 200 km de él. Noah debía permanecer en Seabrooke, y sabía que estuviera donde estuviera, pensaría siempre en ella. Allie, por su parte, necesitaba saber de él. Pero no le llegaban las cartas que él le mandaba. Y era un amor real, Allie dudó de ello, pero al volver a verle, después de 7 años, después de que ella hubiera sido enfermera voluntaria y hubiera conocido a su prometido; sabía que Noah siempre había estado ahí, en su cabeza, en su memoria. Era un recuerdo imborrable. Era el recuerdo más bello que había en su mente. Sabía que nadie como él volvería a pasar por su vida, y temía que él se marchara de su camino. Desconocía que él todavía le amaba, y quería ignorar el amor que había renacido por él al verle. Es un amor envidiable, un amor completamente envidiable. Un amor capaz de todo. Un amor que lo ocupa todo. Un Noah que ama por encima de todas las cosas, que es capaz de todo por crear en ella una sonrisa. Capaz de construir una enorme casa blanca de ventanas azules, y hacer una habitación con ventanas que den al río para que ella pinte. Y ella, por su parte, con o sin intuición vuelve al pueblo y vuelve a verle. Dan un paseo en barca, comienza a llover y de nuevo el amor emerge. No por parte de Noah, él no hab ía dejado de pensarle, ni amarle en ningún momento. Habían sido años eternos de espera, y no confiaba en que ella volviera, no confiaba en volver a ser feliz. Pero ella decide quedarse para siempre, decide estar con él por encima de todo esta vez, por encima de la decisión de sus padres, por encima de la promesa con su prometido, por encima de cualquier cosa que le impidiera realizar su sueño y su mayor deseo: el de permanecer siempre con su primer amor. Y ambos comienzan a disfrutar de la felicidad, la felicidad de su compañía, del placer... Comienzan a ser felices, y no dejan de serlo, ni siquiera Noah cuando cada día, cada mañana y tarde lee y relee la historia que ella había dejado escrita semanas antes de caer en la enfermedad. Ella no recuerda su nombre, no recuerda que Noah fue su gran, verdadero y único amor. No recuerda los nombres de los hijos que tuvieron, no recuerda los rostros de sus pequeños nietos. No recuerda lo bella que fue la vida que ambos compartieron. Ella se muestra inquieta e incómoda a cada momento, él no pierde la esperanza, no pierde la paciencia, no pierde su amor, no se extingue la locura de ese amor. Él se queda a su lado siempre que ella le deja, y a veces, sólo algunos días, tras leer pequeñas frases que Allie escribió para los dos; piensa y se da cuenta que esa persona que está delante suya es Noah, y que ha decidido trasladarse a la residencia para estar más cerca de ella, para cuidar de ella todo lo posible. Allie llora, y se muestra esta vez triste, sólo puede acordarse de él durante cinco minutos. Cinco minutos llenos de baile, de besos, de caricias y de palabras llenas de dulzura, una dulzura incomparable con cualquier otro tipo de palabras que pueda expresar otra persona. Porque son ellos, ellos los únicos que se aman de este modo. Se aman incondicionalmente, infinitamente. Y es realmente precioso contemplar algo así. Amo esta película. Amo esta historia, y amo los personajes. Es el mejor amor, el mejor tipo de amor. El amor que todos deberíamos sentir en algún momento de nuestras vidas.
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