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Pequeña

Ahora que sigue siendo otoño

Me quedo sin palabras de tanto pensarlas. Y me quedo con ganas de soñar más noches. Y de despertarme más tarde, y de ver días más soleados. Sólo queda un mes de otoño y parece que era ayer cuando empezábamos a hablar de él, a emplear las palabras “hojas, soledad, cielos, marrones...”,  y ahora...¿ahora qué? Quizá toque pensar en los adjetivos que podríamos emplear para colgárselos al invierno. Y así éste quedaría arropado, aunque se deshiciera él de toda su frialdad para colocárnosla a nosotros en la piel, en los dedos, en los músculos, en los huesos, en la cabeza y en las raíces. Quizá el frío detenga el tiempo, o quizá consiga lo contrario y los días sigan pasando más rápido que ahora. Pero ahora las cosas siguen su curso normal. El segundo no deja de ser segundo y el reloj sigue en su mismo sitio, en la cajita azul cerrada. Sigo sin utilizarlos, los relojes. Y sigo preguntando la hora. Pero tampoco con demasiadas ansias. Solamente cuando me encuentro cansada, y quiero llegar a casa. Pero debe ser que no me estoy enterando demasiado del otoño. Salgo de casa por la mañana cuando todavía el sol está dispuesto a saludarme y a darme los buenos días. Cuando llego a casa, la cena está en la mesa, y la luna también está en su sitio, en el cielo azul marino de todas las noches. No me da tiempo a vivir la tarde, ni a pensar que tal vez antes de la visita de la luna me visiten también las estrellas. Y no las puedo atender, porque el tiempo a veces se vuelve loco y mi cabeza no atiende a señales, ni razones.

Quiero descansar y no siempre puedo. Quiero hacer mil cosas y a veces no termino ni la que ocupa el primer punto de la lista. Quiero tanto y a veces no se puede querer. A veces es imprescindible dejarlo todo para empezar a quererte a ti misma, y quererte con cada trocito que te compone y te forma. Pero el tiempo mañana quizá siga siendo el mismo de siempre, y quizá la vida se detenga porque estamos en otoño, y quizá el invierno este año venga menos rabioso, y nos regale días de sol y sonrisas. Y entonces me sentiré aliviada, y daré largos paseos con rayos amarillos sobre mi cabeza, y podré pensar que hasta en invierno hay días felices que recordar. Y podré añorar el otoño, y deshacerme del frío con una taza caliente de cualquier cosa que caliente, si cabe, el alma. Y podré regalar una palabra llena de amor  a la persona que mejor me cuide. Y podré abrir mis brazos lo más anchamente posible al niño que desprenda 100 kilos de ilusión el 24 de diciembre. Y pensaré que hace muchos años, era yo esa niña que desprendía 100 kilos de ilusiones, o más...y entonces el invierno no era invierno, puesto que era simplemente magia. Y el frío era un amigo más. El frío me traía un calendario compuesto por 24 chocolatinas, un arbolito desnudo, cajitas pequeñas enlazadas y un belén por montar. Me traían regalos y me traían días dulces. Y entonces confiaba en todo, y la vida estaba ahí, sonriéndome desde lejos porque todavía no tenía largas piernas, para darme patadas, ni para amenazarme. Y todo se veía con otros ojos, más pequeños, más oscuros, quizá, pero más bonitos.

Todo era distinto, y ahora no se puede dar marcha atrás, ni convertirse en un niño cargado de ilusión y esperanza, y ganas de vivir la vida que ellos mismos desbordan sin darse cuenta. Yo tampoco fui consciente, ahora, con los ojos más abiertos, sí pienso que desbordé vida. Es lo que se hace cuando se es niño, y cuando crees que no hay época más especial que las navidades, ni mes más alegre que diciembre. Aunque parezca paradójico, lo era. Al menos para mí. Me llenaba de felicidad salir a pasear a las seis de la tarde al centro y poder ver decenas de papanoeles en cada esquina. Y ver luces encendidas, amarillas, rojas, verdes y azules parpadeantes. Veía vida en la calle, y por eso volvía con una sonrisa eterna a casa.

Recuerdo con nostalgia todo aquello. Y también soy consciente ahora que no puedo vivir de la misma manera las navidades, sobre todo, por la persona que no puede estar aquí conmigo, con sus dedos constructores de cosquillas.

Pero es lo que tiene la navidad para los que dejamos de ser niños: nostalgia, melancolía, y un par de kilos de tristeza. Pero quizá todo pueda compensarse con las risas de los amigos, las tartas del horno de las mamás, y la ilusión de los pequeños.

Sí, quizá, todo eso, unido, pueda compensar la tristeza que se siente cuando el invierno deja de ser el mismo y deja de significar lo que significaba.

Y no sé muy bien por qué he pasado a hablar del invierno y las navidades, cuando realmente quería hablar del otoño. A lo mejor se debe a que el otoño se está acabando, y la puerta esté entreabierta, casi cerrada. Y mis ojos hoy tengan un poco de brillo y me sienta con más fuerza.

No sé muy bien por qué, pero creo que llevo una semana viviendo sin coraza. Reconozco que se vive mejor con ella, es de la única manera en la que no me torno transparente, y nadie puede profundizar tanto en mí hasta dolerme. Pero llevo muchos días sin coraza, sin herraduras, sin nada que me tape ni ate. Ando con el corazón medio cerrado, como esa puerta, pero también atento, reclamando, y dando. Creo que es mejor despejar la mente, y dejar que la cabeza a veces se vaya por sí sola a otras nubes lejanas. Ella sola decidirá volver, y cuando lo haga, lo hará cuando todo esté en calma.

Como yo, que estoy en calma. Me gusta sentirme así. Lo necesitaba.

Quizá mañana todo dé un giro, y deba cambiar estas por otras palabras. Y deba comerme estas frases con una lágrima en cada ojo, pero, por ahora, me gusta hablar del invierno sin tener que frenar mis suspiros, porque, al fin y al cabo, son míos, mis suspiros, y me sirven para coger más aire, y para soltar partículas de pena que a veces quedan tímidamente arrinconadas en cualquier parte de las paredes que conforman nuestra garganta.

Y veo más claridad. Veo un paisaje claro, llano, y alegre. Y si quiero, pongo un sol a mi dibujo, y de repente, un día feliz. Decido que no va a llover, decido que las gotas no van a estropear mi dibujo, y mucho menos, mi día de hoy. Lo he dibujado a mi antojo. Me rodean sonrisas a pares, y me rodean flechas que me prometen caminos divinos. Pero no sé si quiero algo de magia mezclada con toda esta realidad. Sería construirme otro tipo de coraza al aferrarme a la magia, pero, por otra parte, es bueno volver a pensar que se puede ser “completamente” feliz en navidades.

Sólo falta un mes, y el tiempo sigue demostrándome que los recuerdos perduran aunque a veces queramos olvidar.

Y lo bonito se queda, gritándonos cada noche lo felices que fuimos.

Y las navidades siguen repitiéndose con más o menos bombillas de colores, pero con los mismos fuegos artificiales, con las mismas canciones de fondo, con el mismo llanto del bebé que se asusta al escuchar las doce campanadas.

Y podemos ser felices, pero no siempre podemos darnos cuenta.

Y por eso en mi dibujo aparezco con los ojos bien abiertos, para darme cuenta porque quiero y debo darme cuenta. Porque no puedo permitirme sentarme y esperar a que llegue cualquier persona ante mí y me diga: “Oye, que estás siendo feliz y no te estás dando cuenta. ¡Levántate y anda, disfruta!”.

Quiero darme cuenta yo. Yo sola. Y dibujar otro dibujo en otra hoja de papel.

Y guardar en cualquier cuaderno el primer dibujo que será el boceto del dibujo de las siguientes navidades.

Y me acordaré de estas palabras y tal vez sin leerlas vuelva a escribir lo mismo, porque lo mismo siento cuando se acercan estas fechas.

Y a veces me siento renovada, y otras veces, me siento vacía. Pero hay vacíos que deben permanecer así, vacíos del todo.

Días llenos de cosas por hacer.

Una navidad que está a la vuelta de la esquina.

Pocos días para querer ser quienes éramos.

2 comentarios

Karol -

Yo por el contrario, no quiero Navidad. Sólo quiero mi casa, mi cama, una niña sol y nuestras alegrías y penas hasta las tantas.


¿Puede ocurrirsele a alguien mejor navidad que esa?

Alex -

Que gran verdad, Pequeña....
No es lo mismo la navidad de los niños que la navidad de los adultos...
Para el niño como tu dices, es magia, ilusión y felicidad.
Este año, pido a los reyes...volver a tener la ilusión de los niños...
La navidad de los adultos es muy fea...a veces triste.
Besinos,Laura