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Pequeña

Ella

Ella le dedicaba palabras. En casi todas ellas había amor, explícita o implícitamente, pero lo había. Ella se inventó un cuento, pero no era un cuento ficticio, en realidad lo habían vivido los dos, pero ella fue mezclando palabras, de tal modo, que creó ese cuento que le dió y del que él tuvo que deshacerse. Ella le quería, con miedos, con locura, con deseo. Ella temía mucho, quizá demasiado. No dejó de temer nunca. Ella no podía siempre encontrar las palabras exactas, pero sabía que las suyas, las de él, tenían muchísimo poder, tanto como para hacerle todo el daño del mundo. Sabía que sin querer, se habían fallado, él sin notarlo, y ella porque tal vez quería deshacerse de todo el dolor. Para ella todo se reducía al dolor, ella le dijo que era lo que tenía el amor, justamente el dolor: "El amor, al final acaba vaciándonos". Él se quedó mirándola, serio, atento, y quizá pensando que ella llevaba razón esta vez. Ella se sintió triste cuando al preguntarle por todas esas cosas de las cuales no habían hablado en tanto tiempo y ella necesitaba saber; él bajó la cabeza, su boca perdió la sonrisa y la voz salía poco a poco. Él seguía cabizbajo, y ella recordó en un segundo que jamás antes, jamás había bajado la cabeza cuando hablaba con ella. Y ella volvió a sentir miedo, volvió a pensar que todas esas imágenes que habían pasado por su mente tal vez eran reales. Sintió de nuevo tristeza, y era lo que más odiaba, que justo en ese momento, justo a esa hora le volviera la tristeza a la vida. Aún así, ella le seguía queriendo, hacía tiempo que no selo decía. Y tal vez tarde en decírselo. No le pide que todo, absolutamente, cambie, ella quiere tenerle ahí. Ella quiere encontrar sus brazos si cae, y quiere encontrar su rostro si se siente perdida, y sus abrazos, y esos segundos en los que él deja reposar su cabeza sobre ella. Entonces ella piensa que a lo mejor puede volver a ser importante para el. Ella quiere hablarle, o soñarle, o pensar otro tipo de cosas que no le lleven siempre a los mismos pensamientos que ha tenido durante tanto tiempo. Y el tiempo es lo que la descoloca. Ella sigue escribiéndole, se cansa, sí, pero a la mañana siguiente sigue teniendo palabras para él. Él por su parte, no sabe en qué momento podrá cansarse de ella. La tristeza le vuelve. Ella decae, y entonces decide dormir para coger parte de las fuerzas que ha tenido que buscar. Ella decae, y se da cuenta que hay días que es más que imposible levantarse, sobre todo cuando está ella, ella sola. Y no hay nadie, ni hay nada.

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