De camino a África...
Pero tristes son los finales, y triste es que la persona de tu vida, cuando existe, se vaya para siempre, y tú no puedas hacer nada para recuperarla.
Pero tristes son los finales, y triste es que la persona de tu vida, cuando existe, se vaya para siempre, y tú no puedas hacer nada para recuperarla.
Ella tenía una enfermedad, y no tardó en comunicárselo a Miguel. Él, entristecido, no podía articular palabra alguna, ella, mucho más triste aún, se resguardó en sus brazos, y no paró de besarle. No quería perderle, pero ella se estaba extinguiendo. Sin más. El tiempo y la enfermedad la estaban consumiendo. Ella lo sabía, sabía que su vida estaba agotándose, y no podía hacer nada para evitarlo. Sabía que le perdería, a él, al amor más grande de su vida. El amor que le había hecho feliz. Él quiso luchar, pero no se podía hacer nada. Ella quiso gastar su último tiempo con él, con sus brazos, con su rostro, con sus pasos, con sus piernas... no quiso volver al hospital, no quiso ver más batas blancas, ni tubos. No quiso ver nada más que su sonrisa.
Él sonreía para verle feliz en su último tiempo. Pero él también se estaba muriendo de tristeza. De miedo y de agonía por verle sufrir.
Durante su último tiempo en su última tarde, ella le habló:
-Me gustaría que el resto de tu vida lo destinaras a hacer feliz a otra persona, a otra mujer que se lo merezca, que merezca tenerte. Necesito que vuelvas a hacer uso de ese don que tienes de hacer tan feliz a las personas. Yo he sido feliz gracias a ti, me has dado todo. Todo, incluso lo que nunca creí que podría tener. Me has dado vida, pero yo no tengo más tiempo. Me quedan las últimas gotas de vida que he ido gastando felizmente contigo, pero me encuentro débil y quisiera oirte decir que harás sonreír a otra mujer. Necesito escucharlo de tu boca, y necesito que vuelvas a confiar en la vida. Es así, caminas pensando que el trayecto va a ser muy largo y que puedes hacer todas las paradas que quieras, pero siento que contigo no he perdido el tiempo, al contrario, lo he empleado y he sido feliz todos los minutos de vida que he compartido a tu lado. He aprendido contigo, y he amado como nunca antes había llegado a amar. Y por ello me siento privilegiada.
-Pero te marchas, te vas para no volver nunca.
-Me ha tocado. Pero han valido la pena estos veinte años de felicidad. Debes saberlo, quiero que lo sepas y que no salga jamás de tu cabeza. Necesito que recuerdes cada mañana lo feliz que me hiciste. Necesito, Miguel, que lo recuerdes siempre.
-No lo olvidaré, tampoco a ti, y por eso vivir no me va a resultar fácil.
-Mi vida, nada es fácil, ni siquiera amar. Yo empecé a amarte con miedo, con miedo a fracasar, con miedo a caer, con miedo a que dejaras de amarme, con miedo de no poder ser feliz, con miedo a no encontrar la estabilidad. Pero todo salió bien. Empecé a vivir. Empecé a respirar como nunca antes había respirado. Nunca antes había respirado tanto amor, tanto cariño, tanta ternura... Necesito que recuerdes mis momentos, tus momentos, todos nuestros momentos juntos. Y entonces sí podrás sonreír. Y cada imagen te mostrará un recuerdo. Sólo quiero que me prometas que sonreirás, que lo harás, que sonreirás siempre.
-Sí. Sonreiré siempre mi vida. Sonreiré siempre.
Y ella, con la tez blanca y pálida, le regaló su última sonrisa. Tierna, rosa, llena de amor.
Se presentaron.
-Hola. Me llamo Ariadna
-Hola, yo soy Nico.
Ambos emplearon cuatro palabras para saludarse, y para informarse de sus nombres. El silencio empezó a ser el protagonista de aquella escena. Ninguno quería romperlo. No estaban seguros de cómo iniciar una conversación. Ella era secretaria, y él era arquitecto. Ella empezó a pensar en el trabajo pendiente que le había quedado en la oficina y él se acordó inminentemente de que se había dejado unos planos en su despacho, unos planos bastante importantes que debía entregar junto al proyecto que había estado realizando durante dos semanas para presentarlo en la reunión del miércoles.Sus pensamientos eran esos. Pero a los pocos segundos llegaron otros.Ella pensó que llevaba semanas sin hablar directamente con un chico de su edad, y tan atractivo. Él pensó que le agradaba el jersey que Ariadna llevaba puesto.
-Te queda muy bien. Eres una chica preciosa.
-Gracias.Ariadna se sonrojó.-Muchas gracias. Sus mejillas rojizas delataron que estaba nerviosa por el comentario de Nico. Ella siguió pensando en cualquier tema que podría introducir para poder seguir escuchando su voz. Pero solamente podía fijarse en su rostro. Le había encantado. Verle de lejos ya le impresionaba en gran medida, pero tenerle frente a frente, a menos de 2 metros le proporcionaba una sensación basada en emoción y excitación. Hacía tiempo que Ariadna no compartía parte de su tiempo con chicos de su edad, como Nico. Llevaba un largo tiempo sin tener una relación estable. Y Nico huía de eso, de la estabilidad, del compromiso, de lo que todos quieren, mayoritariamente, a los treinta años. Pero Ariadna le cambió la vida, le abrió los ojos y le creó otra perspectiva diferente a todas las utilizadas en los planos perfectos de Nico. Se conocieron. Finalmente, las conversaciones surgieron, y fueron naciendo otras más interesantes y profundas. Ella comenzó a fijarse, a centrarse, a interesarse por él. Pensó que seria buena idea dejarle entrar en su vida. Él, por su parte, prometió a sí mismo no enamorarse de ella, ni siquiera compartir más de un año a su lado.Los días pasaron, y los planes que cada uno en su mente había hecho perdieron toda su validez. Ella se asustó, y él se enamoró. Ella le pidió tiempo, y él le insistió. Ella comenzó a tener miedo, y él a ilusionarse. Ella se cansaba por momentos, y él se cargaba de fuerzas. Ella estaba rota y él estaba lleno de vida. Ella entró en su vida poco a poco y lentamente para no provocar cambios fuertes... Él vivió con ella días que acabaron transformándolo todo.Ha pasado un año y medio. Él se asombra de los cambios que se han dado en su vida y de lo estúpido que había sido su plan, y lo estúpida que había sido su mente durante tanto años al decirse a sí mismo que enamorarse nunca es perfecto.Él comenzó a darse cuenta de lo bonita que estaba siendo su vida habiendo dejado entrar a Ariadna en ella. Ella, por su parte, siguió dando pasitos de tortuga, poco a poco, muy poc a poco para no tropezarse. Para saberse el camino de vuelta atrás si hiciese falta recorrerlo sola. Un año y medio. Y comparten su vida. Se siguen regalando besos y miradas como las de aquel primer día cuando se presentaron. Siguen amaneciendo juntos. Y siguen amándose. Han aprendido a hacerlo de la forma más bella. Poco a poco, con ilusión, con ganas, con deseo y con mimo. Mucho mimo.Ella sigue abrazándole cada noche antes de quedarse dormida, para sentirse arropada y más protegida que antes... Él, por su parte, la acaricia suavemente hasta que percibe que ella ya ha cerrado los ojos y se ha quedado en los brazos de Morfeo. Él le sigue escribiendo mensajes en el espejo del baño. Y ella sigue leyéndolos con la misma emoción que el primer día al leer el primer mensaje. Y lo sorprendente no es que cada mensaje sea diferente, lo sorprendente es que nace en su rostro la misma sonrisa al ver siempre el mismo mensaje, pero en días cualquieras, a cualquier hora...en cualquier momento. Y sigue siendo la mujer más feliz al leer en su cuarto de baño:
“Te amo y sólo por eso sé que necesito tenerte el resto de mi vida.”·
Y habla...vuelve a hablar, porque tú sabes que tienes una voz preciosa. Adiós.