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Pequeña

Cuando soñé que era princesa

Me pintaron los labios de fresa. Me rociaron fragancias de frutas sobre mi cuello y me suavizaron de azul turquesa mis párpados. Tiñeron de negro mis medianas pestañas y recogieron mi pelo con dos flores blancas.No habían espejos, no ahí, en donde yo estaba. Oía una música lejana, una música melódica que tranquilizaba a mis piernas y a mis manos. Había dejado de temblar, no de miedo, sino de nervios, de incertidumbre. Ya mi vida era previsible, pero aparentemente preciosa.Me dejaron unos minutos a solas hasta que llegó mi madre a decirme “Debe ser el día más feliz de tu vida”.

Entonces, pensé que era demasiada responsabilidad, y a la vez, la causa por la que después se crearían demasiados pensamientos en mi cabeza.No sé si quería salir de allí, o quedarme para siempre. No sé si quería quedarme atada al hombre que me prometía todo, o buscar a alguien que solamente me alimentara de pasión. De todas formas, tenía poco tiempo para pensar, y decidir. En realidad todo estaba decidido. Cabía la posibilidad de que si me casaba, llegara a ser la mujer más feliz de todas. Con vistas a la montaña más hermosa de la Tierra y acompañada del hombre más gentil que hasta entonces, había tenido la oportunidad de conocer.Quizá yo no quería ese tipo de vida. Quizá todo era un cuento. Quizá mi vestido era demasiado blanco o mis pómulos estaban nacarados perfectamente.Quizá yo no quería una vida perfecta, o que al menos lo pareciera. Por ello me desperté. Había sido todo un sueño.

Era simplemente una mujer de veinticuatro años, con la mirada algo perdida, repleta de aromas y guirnaldas. Era una princesa, o al menos, me faltaba poco para llegar a serlo. Sin querer serlo, o...quien sabe.  Pero me desperté, y ...solamente era un sueño.

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