Blogia
Pequeña

Más claroscuros

Podría correr y alejarme de todo, pero no quiero. Quiero vivir cada segundo, tal y como el reloj lo marca. Podría escaparme, escribir una nota y dejarla sobre el escritorio para que el primero en verla supiera lo que he estado persiguiendo en tanto tiempo. Y el primero o la primera en leerlo sería consciente de mi dolor, de mis necesidades, de mis sueños, de las cosas que me quedan por hacer, y que, por una u otra razón, aquí no puedo hacer.Y no hay más mundos, más lugares más tranquilos que éste. Pero a veces sentimos la imperiosa necesidad de marcharnos y dejarlo todo para no pensar en nada. O solamente en nosotros. Y creo que aunque cierta tarde me lo propuse, no empecé a pensar únicamente en mí, ciertamente, porque hay demasiadas cosas en las que pensar.Lleno esa bolsa de todas las cosas que hasta ahora me han hecho vivir. Pero sé que no puedo vivir sólo con eso. Y el viento se lleva casi todas las palabras, y la primavera solamente traerá fragancias nuevas. Y amapolas rojas. Y tiempos. Tal vez felices.Pero no puedo adelantarme, ni hacer un viaje para escaparme porque cuando vuelva todo lo que quiero obviar seguirá aquí, no puedo parar el reloj, o sentarme sobre esta alfombra y jugar como cuando era pequeña a imaginar que podía volar, o transportarme a otros sitios donde nada da miedo, y nada es oscuridad.

Pero, joder, la vida está llena de claroscuros que desconciertan en gran medida. Y no sabes con qué quedarte. A qué decir sí o a qué decir no. Y tampoco puedo atarme el cordón de las zapatillas y correr hasta que me canse, y abandonar, y no regresar. No, ése no es mi deseo. Ni mi voluntad ni mi sueño.Mis sueños y mis deseos son muy diferentes a todo esto, pero, sin embargo, no siempre somos conscientes de ello, y la primera salida, es la de echar a correr, y pensar que somos capaces de todo, y olvidar, y vivir, y respirar como nadie y como nunca. Y sentir calor y frío, y gotas de vida en cada pestañeo. Pero estamos tan equivocados, que no nos damos tregua a nosotros mismos. Ni tiempo suficiente para analizar cada situación. Ni siquiera queremos saber por qué a veces ocurre algo que nos ha hecho demasiado felices, o qué es lo que ahora nos está proporcionando bienestar. Solamente nos centramos en los malos momentos, y nos echamos cargas a la espalda, y así, claramente, todo se hace más difícil. Pero a priori no nos importa, nos creemos fuertes, o nos volvemos débiles, pero en realidad nos autodañamos de manera increíble.Y aunque no lo sepamos, de lo único que nos quedan fuerzas es de decirnos ordenadamente todas aquellas cosas que supimos hacer y no deberíamos haber hecho, o aquellas que no supimos y en cambio sí deberíamos haber hecho.Y a veces de decir una a otra palabra, hay un mundo, un abismo, un vacío peligroso, un viaje casi interminable, un llanto angustioso. Algo que no queremos vivir o escuchar porque ahí está el único momento en el que no somos capaces de nada.Y escapamos. Hacemos la maleta y decimos adiós para no volver. Y ser nosotros. Tal como fuimos aquel día. Y creernos felices, o tranquilos. Pero dejamos de ser personas activas para volvernos lo menos receptivos posible.

Dejamos de sentir, de emocionarnos, de gesticular. Y entonces, (y es ahí cuando nos damos cuenta que todavía tenemos la oportunidad de volver y echar marcha atrás), volvemos, decidimos regresar porque sabemos que es lo mejor, o lo más acertado, en su defecto.Sí, terminamos volviendo. Y la aventura se acaba. Y el viaje finaliza, y la estación se queda vacía, tan vacía como un dos de enero en pleno atardecer.Y nos quedamos mirando hacia arriba, o hacia abajo, (depende si somos ese tipo de personas que concibe ese vaso medio lleno o medio vacío) y nos gritamos, y sentimos escalofríos y comenzamos el camino que nos sabemos de memoria.Llamamos a la puerta y nos metemos en la cama, en nuestra cama. Las sábanas están más frías que nunca, pero son nuestras. Las mismas de siempre.  Y entonces miro las paredes y ahí están, las sonrisas más bellas que pudieron capturarme un día. Los ojos más expresivos. La luna en mi boca. La alegría en mi cuello y la paz en mi cuerpo.Me entra sueño y cierro los ojos. Me digo que no volveré a hacer un viaje hasta dentro de un tiempo, y me prometo a mi misma que no volveré a tener tanto miedo como el que he tenido hasta ahora.

Me digo que soy fuerte y que no dejaré que nada ni nadie me influya de tal manera que yo misma me arrebate mi valor, y todo lo que he construido en mi y para mí.Y dejo de tirar mis sueños por la estrecha ventana. Y dejo de arruinar mis momentos. Dejo de hipotecar mis tardes y dejo de embargar mis noches. Empiezo a cerrar los ojos, y aún así, siento mi vida. De nuevo me he acogido a ella. Y ella me sonríe a media luz. Sólo a media luz. Pero no me importa. Porque a estas alturas, después de volver, he dejado de tener miedo a la oscuridad.Me acojo a mi vida y ella me da las gracias en silencio, pero sé que me las está dando. Y me acurruco, sí, como cuando era pequeña. Y dejo de estorbar, y me siento viva como antes. Como mucho mucho mucho antes. Me olvido de los cuentos irreales y de las historias que siempre acabaron mal. De las palabras feas y las lágrimas que estuvieron demás. Me acuerdo de las sonrisas pintadas en esas fotografías, y me veo con dos coletas. Me reconozco, y empiezo a dormirme.He cerrado  la puerta. Pero tanto aquí dentro como alli afuera, hay vida. Y en esa vida, la mía se encuentra también.Y me duermo sonriendo. Y creo que es de las noches más dulces que voy a vivir.

0 comentarios