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Sólo quiero mi vida

 

Creo que debo despedirme de la tristeza de la nostalgia, de la melancolía de la rabia de la pena de la angustia de la agonía de la amargura de la soledad del vacío de los huecos de la oscuridad de las noches, de las lagrimas del ahogo del agua fría de las nubes oscuras y de todos los sentimientos que guardo dentro. No pueden convivir entre ellos. No puedo seguir con esta lucha. No puedo vivir con el olvido pero tampoco con el recuerdo no puedo vivir con resignación y tampoco con rencor. No puedo vivir con más llanto ni con risas eternas. Por esto y mucho más creo que debo despedirme de todo lo que me inunda. Porque todo lo que me inunda es todo lo que me va matando, y creo que tengo que vivir, hoy, y ahora, más que nunca. Creo que tengo que ponerme en pie como nunca lo hice, y abrir los ojos, abrir la mente abrir los brazos, abrir las alas. Y ser consciente y realista, y ser alegre como antes, y ser soñadora pero en su justa medida. Y tener esperanzas pero algo escondidas, y también alguna ilusión en algún rincón recóndito. Y despertar, y tener inmensas ganas de respirar y de ver el sol y de querer notar el frío que llega siempre a las ocho de la tarde. Y despedirme, si cabe, en último lugar, del miedo, de éste que me ha ido acompañando día y noche, sin pausa, sin respiros. Creo que el miedo me ha ido haciendo más pequeña y más débil. Se ha llevado ya demasiadas cosas importantes para mí, que yo guardaba con mimo. Y el miedo también tiene parte de razón al presentarse, y al plantarse delante mía, porque a veces me adelanta cosas que una no quiere admitir, pero acaban ocurriendo; y otras veces, sucede justo lo contrario, me adelanto yo, pensando que los ffinales nunca podrán ser felices. Y entonces el miedo me hace no vivir, y me hace esconderme, junto a esas ilusiones, pero ya rotas, claro. Y entonces me mudo yo a ese rincón recóndito, y nadie puede distinguir lo que siento, nadie puede observarlo, y yo me muero de tristeza, y el miedo no acaba de aislarme, porque sigo notándolo todo. Es solamente un rincón, no otro mundo ni otro ambiente. Y el miedo me pisa los talones, me tienta a hacer carreras y lo único que intento es que no me gane la carrera de mi vida, que no me eche más pulsos y que no quiera hacerme daño. Que yo aprenda de una vez sin él, que me hayan servido de algo los palos las patadas, las piedras, las puertas, los cerrojos, los pestillos no echados y las ventanas, y también las palabras. Pero creo que un día dejé de ser ilusa para no hacerme demasiado daño, y se me olvidó en ese justo momento deshacerme de todo el miedo que habitaba en mí. Si lo hubiera logrado, ahora no estaría rota. Pero no soy inmune a los golpes de la vida, ni a las palabras de las personas que te importan y que un día entraron a formar parte de ti. Lo difícil es descubrir que a veces te equivocas y que ya no hay solución alguna para recomponerte y para pensar que no es tarde para sonreír, ni siquiera para sentirte bien, ni siquiera para querer ver el sol, o respirar pensando que la vida todavía merece la pena. Y yo quiero eso precisamente, ver el sol, respirar y vivir. No quiero nada más. No quiero rincones, ni ilusiones, ni sueños pero tampoco pesadillas, golpes y miedo. Sólo quiero la calma que en constante momento añoro. Sólo quiero mi vida.

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