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Decir adiós

Podría hablar de lo útil que es conocer a alguien, a una persona que se encarga o no de destrozar tu vida. Podría hablar de lo que puede servir conocer a alguien, de creer que conocemos a personas únicas. Más tarde descubres que sí eran únicas, pero únicas en hacerte daño, en robarte la facilidad con la que sobrevivías. Creo que nos equivocamos una gran multitud de veces sobre todo en la juventud. Creemos que todo va a salir bien o que siempre vamos a encontrar a las personas que queremos encontrar en el mismo sitio en que dejamos de verlas. Pero también he oido alguna vez que cuando se es joven, es como si todo doliera más.

Y quizá sea así.

Sólo sé que deberíamos ser conscientes de cada acto que desarrollamos, de que cada palabra que decimos y cada gesto que expresamos. Podemos dar tanto amor en tan poco tiempo, y producir tanto odio en pocos segundos...sentir tanta rabia en unos pocos minutos o llenarnos de un lamento enorme.

Podemos tener la suerte de ir caminando y dejar entrar en nuestra vida a alguien que nos mejore el día con una palabra o con una tierna sonrisa. Podemos confiar en esa palabra y creer en esa sonrisa: llegar a querer a esa persona que aparentaba ser la mejor del mundo. Podemos pensar que hemos conocido a una persona atenta, buena, generosa, y atribuirle un gran saco de adjetivos positivos. Colgar etiquetas sin dejar que pase el suficiente tiempo como para darnos cuenta que nos hemos vuelto ciegos y hemos perdido esa visión que teníamos antes. Mucho antes.

Podemos plantearnos dos cosas: perdonar, o no hacerlo nunca, en el resto de nuestra vida. Podemos sopesar las ventajas que trae cada decisión, y analizar muy concienciadamente las consecuencias. Después de hacerlo, ves que la diferencia entre una y otra decisión puede ser abismal. Dependiendo también de los sentimientos que han nacido en ti, actúas, y vives.

Hay cosas que no deben repetirse en la vida, y otras que no deben ni se pueden perdonarse. Podemos ser más o menos humanos, pero no por el hecho de perdonar o no algo o a alguien. Creo que deberíamos ponerlo todo en una balanza, y mirar la expresión de nuestros ojos. Y decidimos.

No puedo decir que no perdonar sea difícil, pero me resulta mucho más fácil que mirar hacia atrás y sonreír y pensar que quiero volver a vivir otra multitud de momentos que ya he vivido. Quizá quiera hacerlo, en cierta medida, con alguna persona que sea capaz de hacerme vivir, y no estropear mi vida.

Es muy fácil mirarse a uno mismo y abandonarlo todo para dedicarse todo el tiempo a uno mismo, o renunciar y elegir el camino fácil, pero estoy segura que ese camino sólo te conduce a menos emociones, a menos sentimientos, a más lagunas. Y en esas lagunas la gente puede también ahogarse.

Por eso yo prefiero vivir. Prefiero rodearme de las personas que me hacen vivir y reír. Son personas a las que nunca he de perdonar, porque sólo me hacen bien, y eso es algo que agradeceré siempre. También tenemos la mala suerte de encontrarnos con gente que no nos deja hablar, ni expresar, y nos deja con un gran desorden un mundo del revés, y rodeados de mares. Y se llevan la solidez, la tierra, los mejores cielos, los mejores días, y el mejor sol. Y entonces te das cuenta que en ti está toda la compasión que no llegaron a tener por ti.

Quiero deshacerme de cualquier laguna, quiero deshacerme de muchas cosas, pero ese proceso es algo largo. De todas formas, merece mucho la pena caer en los errores para no volver a equivocarte. Merece la pena abrir los ojos (y que no te los abran de una manera espantosa) para observar la verdadera realidad. Te das cuenta que tiraste a la basura todos tus días, dedicándolos a asuntos sin importancia ninguna.

Pero siempre hay etapas en la vida en que perdemos el tiempo que después no nos sobrará. Y nos damos cuenta de lo mucho que hicimos por intentar generar felicidad en los demás, en gente que después te daría diez patadas sin previo aviso.

 

Lo bueno de recibir esas asquerosas y dolorosas patadas es que te transportan al verdadero mundo, al que te corresponde, al que abandonaste para buscar la felicidad eterna. Es el viaje que todos queremos hacer, a cualquier precio.

Pero es a raíz de esas patadas cuando somos conscientes de todo lo que no supimos contemplar. Para ello es fácil tener voluntad de seguir adelante, fuerza, confianza en uno mismo, y mimarse mucho. También sería conveniente deshacerte de los fantasmas que a veces se quedan entorno a ti de mil formas distintas. Entonces, poco a poco, vas quedándote sola, vas descifrando acertijos, y todo parece más fácil.

Y no, no pienso que decir adiós sea fácil. De hecho yo entro en ese saco de personas que prefieren emplear un “hasta luego”.

 

Y no, no voy a decir que no sea necesario decir, a veces, en la vida un “Adiós” para siempre. A veces ese adiós te salva, te hace emerger, salir a la superficie, y salvar tu vida, salvarte. Mirarte de nuevo a la cara, sanar los labios que se te cortaron con las corrientes de agua fría, sanar tus manos que quedaron paralizadas.

A veces el mejor camino es el que empieza con ese ADIÓS PARA SIEMPRE, con mil planes nuevos, con diez sueños que hablan del futuro, y con una sonrisa pintada de rosa.

Entonces el día nace, y quieres hacerlo tuyo esta vez. Y no equivocarte. Y vivir.

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