Blogia
Pequeña

Nunca debí

Creo que nunca debí cerrar los ojos a lo evidente. Creo que nunca debí hacer las maletas, ni idearme un vuelo ni creerme especial. Creo que nunca debí empezar a escribir cuentos, ni soñar con calabazas que después se convertirían en preciosas carrozas. Creo que no nací para viajar en carrozas. Creo que nací para gastar mi tiempo en soñar dormida, no ya despierta. Soñar despierta no soluciona nada, al contrario, te aporta ilusiones que acaban echas añicos cuando todo o casi todo pierde el sentido, que tú, un día, le diste sin saber muy bien por qué. Creo que nunca debí centrarme en obsequiarle un sentido a cada cosa. Ni siquiera mi vida ha de llevar un cartel colgado donde en él estén inscritos un par de sentidos.

Bastante tenemos con nuestros propios sentidos, como para crear nosotros otros bien diferentes. Creo que nunca he abierto tanto los ojos como ahora. Creo que nunca cerré tanto la boca como ahora. Creo que nunca permanecí tanto en silencio y tan quieta, y sin esperar; como ahora. Porque ya no espero, porque ya no sueño como antes, y no quiero hacerlo. Es bueno volver al tipo de sueños que tenías tú, desde siempre y sentir ese anhelo profundo al ver que ya vuelven tus sueños a visitarte, y entonces, sonríes, tampoco sabes muy bien por qué, porque han vuelto esos sueños que eran tuyos, o porque vuelven a formar parte de ti aunque ya no te sorprende ni te daña que no puedan cumplirse.

Al fin y al cabo, son sueños, no son promesas ni palabras ni actos. Son cosas que hacemos por las noches cuando abrimos las alas, y pisamos las ciudades que queremos pisar y tenemos lo que queremos tener y disfrutamos de esa compañía que queríamos tener también. Pero no todo radica en los sueños, sí, son preciosos y para mí, sin duda alguna, necesarios; pero sé que si me reduzco al escalón de los sueños, no podré vivir mi realidad, y no puedo obviarla ni dejarla aparcada. Mi vida no es un vehículo. Mi vida ha de seguir adelante. Por eso mi vida es un peatón, yo soy un peatón, y quiero serlo durante mucho tiempo. Y disfrutar de ese tiempo y ser alegre. Como antes. Y regalar las sonrisas que dejé de tener. Y despedir a las lágrimas que en ocasiones se les antojan ser las sustitutas de todas las sonrisas que un día derroché.

Creo que la vida debería medirse por la cantidad de sonrisas que esbozamos, y por la cantidad de motivos que nos hacen ser felices.

Pero creo, también, que las lágrimas a veces nos convierten en personas más fuertes, y otras veces, nos hacen aprender en mayor o menor medida.

Y aunque cueste aceptarlo, o aunque sencillamente no nos de la gana admitirlo porque nosotros no ponemos dicho pensamiento en práctica: hemos de pasar los malos momentos para que después nazcan los buenos. Y sí Sol, esta es la frase que debería escribirme en letras mayúsculas tamaño 44 en una de las paredes de mi habitación, y leerla al despertar y antes de acostarme; pues es uno de los pasos que podría llevarme hacia delante, sin miedo sin pánico al abismo.

0 comentarios